Efectivamente, ya han pasado doce meses desde que ese “algo” interior me llevó a crear un blog. En qué estaría pensando, no lo sé, pero con las tonterías, cincuenta y tres entradas después aquí sigo. Al pie del cañón.
En este año que acaba, mi objetivo principal consistió en meteros en la cabeza algunas nociones básicas e indiscutibles de las Ciencias de la Sociedad sin mataros de aburrimiento en el intento. Nada de referencias bibliográficas, nada que no se pudiese leer en cinco minutos, mi idea era que cada semana se comprendiese algo de ciencia social que debería ser obvio, pero que premeditadamente la manipulación política nos oculta.
Me estrené fuerte. De muy mal humor y quizás un poco agresivo de más, exclamé que nuestro presidente electo era, en términos científicos, un socialdemócrata en cuanto a política económica se refiere. A un hombre al que no le tembló la mano a la hora de subir impuestos (una y otra vez) para intentar equilibrar la balanza fiscal es, como mínimo, un socialdemócrata. Cuestión de definiciones. Como además dijo que no lo iba a hacer, podemos añadir sin temor el adjetivo mentiroso: socialdemócrata y mentiroso. Al menos otros no lo ocultan.
Así, y a pesar de lo que afirmaban los periódicos de la oposición, el Estado de Bienestar nunca peligró. Esto es objetivamente cierto. Con los presupuestos en la mano, cuando los ingresos se desplomaron, el gasto no lo hizo apenas en proporción. En consecuencia el déficit siguió descontrolándose, y la Deuda se me convirtió en uno de los conceptos económicos que traté más veces.
La izquierda rabiaba por una supuesta austeridad, pero en realidad sabían que todo seguía igual. Mejor dicho, ¡peor!: nosotros seguíamos pagando (más y más) impuestos, y ellos, los políticos de derechas, seguían gastándolo a espuertas.
Por eso también era de vital importancia comprender qué era un impuesto, y qué consecuencias tenían. En esencia, conforme a los principios generales del derecho, el impuesto es el robo legal. Hablar de “impuestos voluntarios” y sus consecuentes “servicios públicos gratuitos” no son más que palabras orwellianas sin conexión alguna con la realidad, como el famoso lema de la novela 1984: “La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza”
En fin, que esbozadas las ideas elementales de los tributos, tuve tiempo de explicar con cierto detalle los efectos concretos que se derivan de los impuestos sobre las ventas (el IVA de toda la vida y los IVAs especiales).
Pero también analicé el problema desde el otro punto de vista: los receptores de impuestos. Porque un Estado que roba sistemáticamente a unos para dárselo a otros provoca inevitablemente que las personas dejemos de comportarnos como deberíamos. Por culpa del Estado “Social”, surgen incentivos perversos que destruyen el elemento cohesionador de una sociedad. En una frase: bajo la excusa de pagar ya los correspondientes impuestos, tenderemos a dejar de ayudar al prójimo, y el prójimo dejará de ayudarse a sí mismo, convirtiéndose en un ser dependiente. Y viceversa. La genuina solidaridad, el altruismo, muere lentamente.
Por otra parte, se fue desmontando varios otros mitos económicos muy elementales. Que los precios no dependen de los costes, que los empresarios no explotan a sus trabajadores por el mero hecho de pagarles un salario, que las leyes de salario mínimo son inocuas o innecesarias en el mejor de los casos, que ni la globalización ni las máquinas nos roban puestos de trabajo, o que la especulación es en realidad beneficiosa fueron algunos de ellos.
Cambiando de tercio, en el mundo, nos preocupábamos inútilmente por la desigualdad que producía el capitalismo, los políticos pretendían un año más ayudar a los países subdesarrollados regalándoles nuestro dinero, mientras que el penúltimo tirano comunista sometía a la pobreza a su pueblo. Al final murió, y su transición hacia el mercado no será nada fácil.
Es lo que tiene el sistema comunista. Un desastroso sistema económico se mire como se mire. Ojo, como también lo es el fascismo. Porque desde un punto de vista económico, vimos que en realidad poco se diferencian. En realidad son dos facciones socialistas extremistas luchando por controlar nuestras vidas.
Por fortuna vivimos en un sistema político algo mejor. Se llama Democracia, y a lo largo del año hablé mucho sobre este sistema y algunos de sus inherentes defectos que arrastra. Así, expliqué que los programas electorales tienden a ser mentira, los votantes tienden a ser ignorantes o irracionales (o ambas) y los políticos tienden a competir entre sí por ser el más trilero, mediocre y temerario. Porque la Democracia e ir a votar sigue sin ser nada bueno, o al menos no tan bueno como lo pintan.
Comunistas, fascistas o (supuestos) socialdemócratas, los políticos de cualquier color y país tienen que recurrir a ficciones para poder gobernarnos. La más importante de ellas, la idea de Nación. Y en consecuencia, la idea de fronteras absurdas.
Que más, qué más. Vimos que los problemas de la sociedad a menudo son mucho más que económicos. O al menos en apariencia. Por ejemplo, la libertad de expresión. Al final, resulta obvio que la libertad económica es un prerrequisito esencial de la libertad de expresión. En la misma línea, se denunciaron aquí los moralismos por ser contradictorios: si pretendes imponer algo a alguien, no te extrañes que él quiera imponerte algo a ti. ¡Socialismos de todos los colores!
En definitiva, poco a poco deberíamos habernos dado cuenta ya que la solución es más sencilla de lo que parece. Se llama Libertad. Económica o social, los políticos te quieren hacer creer que es peligrosa. Desde pequeñitos, te meten en el cuerpo el miedo a elegir, o el miedo a que tu vecino sea libre. Ellos son sabios, buenos. Ellos decidirán por ti (y por tu vecino).
Concluyendo, el año pasado felicité el año con un lema graciosillo. Este año tengo otro slogan popular.
“Quiero que los gays puedan proteger sus plantas de marihuana con armas“.
Felices y libres fiestas.
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