Segundo y último extracto que hago de Paul Johnson hablando sobre la obra más absurda y dañina que la Ciencia Económica ha parido jamás: El Capital. El primer post lo encuentras aquí.
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…el uso incorrecto constante de las fuentes por parte de Marx llamó la atención de dos investigadores de Cambridge en la década de 1880. Trabajando sobre la edición francesa revisada de El Capital (1872-75), escribieron un artículo para el Cambridge Economic Club “Comentario sobre el uso de los Libros Azules” por Karl Marx en el Capítulo Quince de El Capital (1885).
Dicen que primero cotejaron las referencias de Marx “para obtener una información más completa sobre ciertos puntos”, pero al quedar sorprendidos por el “número creciente de discrepancias” se decidieron a estudiar “la magnitud y la importancia de los errores tan claramente existentes”. Descubrieron que las diferencias entre los textos de los Libros Azules y las cita de Marx no eran simplemente el resultado de la inexactitud, sino que “mostraban señales de una influencia distorsionante.” En una clase de casos encontraron que las citas a menudo habían sido “convenientemente abreviadas por medio de la omisión de pasajes que bien podrían oponerse a las conclusiones a las que Marx trataba de llegar”. Otra categoría “consiste en organizar citas ficticias a partir de enunciados aislados pertenecientes a diferentes partes de un informe. Luego éstas son impuestas al lector entre comillas como teniendo todo el peso de citas tomadas textualmente de los mismo Libros Azules”.
Sobre un tema, la máquina de coser, “usa los Libros Azules con una temeridad pasmosa… para probar precisamente lo contrario de lo que éstos en realidad comprueban”. Su conclusión fue que la evidencia podría “no ser suficiente para respaldar una acusación de falseamiento deliberado” pero no permitía dudar de que mostraban “una desaprensión casi criminal en el uso de las fuentes” y justificaba poner cualquier “parte de la obra de Marx bajo sospecha”.
La verdad es que hasta la investigación más superficial sobre el uso que Marx hace de las pruebas le obliga a uno a considerar con escepticismo todo lo que escribió que dependiera de factores fácticos. Nunca se puede confiar en él. Todo el Capítulo Octavo, clave de El Capital, es una falsificación deliberada y sistemática para probar una tesis que el examen objetivo de los hechos demostró insostenible. Sus atentados contra la verdad caen dentro de cuatro categorías.
Primero, usa material desactualizado porque el material actualizado no brinda apoyo a lo que quiere demostrar. Segundo, elige ciertas industrias en las que las condiciones eran particularmente malas como típicas de El capitalismo. Esta trampa era especialmente importante para él porque de no hacerla no hubiera podido en absoluto escribir el Capítulo Octavo. Su tesis era que El capitalismo genera condiciones que empeoran permanentemente; cuanto más capital se emplea peor debían ser tratados los trabajadores para obtener ganancias adecuadas.
La evidencia que cita ampliamente para justificarla proviene casi toda de empresas pequeñas, ineficientes, con poca inversión de capital, que se desempeñaban en industrias arcaicas que en su mayor parte eran precapitalistas, por ejemplo la alfarería, el vestido, herrería, panaderías, fósforos, papel de empapelar, encajes. En muchos de los casos específicos a que recurre (el de las panaderías es uno de ellos) las condiciones de trabajo eran malas, pero precisamente porque la empresa no había podido incorporar maquinaria por carecer de capital. De hecho a lo que Marx se refiere es a un estado de cosas precapitalista, sin tener en cuenta al mismo tiempo la verdad que no podía dejar de ver: a mayor capital menor penuria.
Allí donde se ocupa realmente en serio de una industria moderna con un alto aporte de capital se encuentra con una carencia de pruebas. Otro ejemplo lo encontramos cuando trata la industria del acero: se ve obligado a apoyarse en comentarios añadidos (“¡Qué franqueza cínica!”, “¡Qué palabrería hipócrita!”), y respecto a los ferrocarriles se ve llevado a hacer uso de recortes periodísticos amarillentos por el tiempo de viejos accidentes (“nuevos desastres ferroviarios”); su tesis requería demostrar que la relación entre accidentes y pasajero/milla era cada vez más alta, mientras que por el contrario caía en forma notable y para el momento en que se publicó El Capital los ferrocarriles, se estaban convirtiendo ya en el sistema de trasporte masivo más seguro en la historia del mundo.
En tercer lugar, haciendo uso de los informes del cuerpo de inspectores de fábricas, Marx cita ejemplos de condiciones deficientes y de maltrato de los trabajadores como si fueran el resultado normal e inevitable del sistema. En realidad se trataba de lo que los inspectores mismos llaman culpa del “propietario fraudulento de hilanderías”, para cuya detección y enjuiciamiento habían sido designados y por ello estaba en proceso de ser eliminado.
En cuarto lugar, el hecho de que la evidencia principal de Marx provenía de esta fuente, el cuerpo de inspectores, pone al descubierto la mayor de todas sus trampas. Su tesis era que el capitalismo, por su misma naturaleza, era incorregible y, más aún, que en las miserias que hacía sufrir a los trabajadores el estado burgués era su socio, ya que el estado, escribió, “es un comité ejecutivo para la gestión de los asuntos de la clase gobernante como un todo”. Pero si eso fuera cierto, el Parlamento nunca hubiera aprobado las leyes de fábricas, y tampoco el estado se hubiera dedicado a hacerlas cumplir. Virtualmente todos los hechos de Marx, selectivamente presentados (y a veces falseados) como lo fueron, provinieron de los esfuerzos del Estado (inspectores, tribunales, jueces de paz) por mejorar las condiciones, lo cual implicaba necesariamente sacar a la luz y castigar a quienes eran responsables por las malas condiciones. Si el sistema no hubiese estado en proceso de reformar, cosa que según el razonamiento de Marx era imposible, El Capital no podría haber sido escrito. Como no tenía ganas de hacer investigación de campo alguna, se vio obligado a apoyarse justamente en las pruebas de aquellos a quienes denominaba “la clase gobernante”, que estaban tratando de enderezar las cosas y tenían en su tarea un éxito creciente [NOTA: esta contradicción marxista es defendida por un viejo conocido de este blog, Chomsky].
Es así como Marx tuvo que distorsionar su fuente principal de evidencia, o de lo contrario abandonar su tesis. El libro era, y es, deshonesto en su estructuración. Lo que Marx no pudo o no quiso aprehender, porque no hizo ningún esfuerzo por comprender cómo funcionaba la industria, fue que desde los albores de la revolución industrial (1760-1790), los productores más eficientes, que tenían amplio acceso al capital, habitualmente favorecían mejores condiciones para sus trabajadores; por lo tanto tendían a apoyar la legislación sobre fábricas y, lo que resultaba igualmente importante, que se hicieran cumplir en la práctica, porque eliminaba lo que ellos consideraban competencia desleal. De modo que las condiciones mejoraban, y porque mejoraron las condiciones los trabajadores no se levantaron, contra lo predicho por Marx. El profeta se vio así frustrado. Lo que surge de una lectura de El Capital es su fracaso básico para entender el capitalismo. Fracasó justamente porque no fue científico: no se ocupaba de investigar los hechos él mimo, o de emplear objetivamente los hechos estudiados por otros.
Del principio al fin no sólo El Capital, sino toda su obra, refleja una falta de interés por la verdad que por momentos llega a ser desdén. Esa es la razón fundamental de por qué el marxismo en tanto sistema no puede producir los resultados que se le adjudican.
Y calificarlo como “científico” es absurdo.
Karl Marx y El Capital (y II) by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.
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