No recordaba cuál fue la última vez que escuchaba una homilía entera, pero es que la ocasión ciertamente lo merecía. Un anciano cardenal probablemente será juzgado por decir lo que piensa, y si esto no le suena familiar al lector, es que poco me debe leer 🙁 . No obstante, como acepto mi irrelevancia sin mayor drama, si hay que recordárselo, aquí se le recuerdan las cosas en un plis plas. Faltaría más.
Pero seguro que sí. Seguro que todos Uds. recuerdan esa premonición que hice hace cuatro meses. Allá atrás, uno sabía que había algo que me haría volver a hablar sobre la tan prostituida libertad de expresión, y así lo había predicho cual médium.
Aquellas líneas fueron escritas con rabia, la misma rabia con la que me toca escribir hoy. Porque ojalá mi vaticinio fuese errado, pero no lo fue. Y lo prometido es deuda.
Permítanme comenzar con una archiconocida frase de Lord Acton, aquel historiador inglés, que en su History of Freedom afirmaba:
“Siempre fue reducido el número de los auténticos amantes de la libertad; por eso, para triunfar, frecuentemente hubieron de aliarse con gentes que perseguían objetivos bien distintos de los que ellos propugnaban. Tales asociaciones, siempre peligrosas, a veces han resultado fatales para la causa de la libertad, pues brindaron a sus enemigos argumentos abrumadores”
Creo que no me hace falta añadir más para que intuyamos todos ya lo que desde tiempos de este señor es el problema central para los que nos hacemos llamar liberales: que somos pocos, que no mandamos, y que pagamos caro las alianzas con quienes nunca jamás fueron ni serán liberales.
Quizás en el plano económico el daño sea más visible, donde aún hoy persiste en el ideario de muchas personas el “liberal” como un oligarca del petróleo, un banquero sin escrúpulos, o un empresario explotador. Una imagen que casa precisamente mucho mejor con su tradicional aliado político, el conservador.
En este plano, da igual que la doctrina económica del liberalismo económico sea clara como el agua (el profesor Rallo no lo pudo resumir mejor aquí), porque “muchos” fueron los escasos liberales que cometieron el error de arrimarse al Poder junto con los conservadores. Y los errores se pagan.
En el campo de la Ética, las amenazadoras alianzas de las que nos advertía este caballero inglés suelen venir tradicionalmente de mano de partidos socialistas. Por poner dos frecuentes y pequeñísimos ejemplos como aperitivo, los socialistas son aquellos que dicen defender la libertad de la mujer, pero no la prostitución libre. También son los socialistas los que dicen defender la libertad de la mujer (bis), pero que no aceptaron que una chica menor de edad…¡no quisiese abortar!
Pero el asunto de hoy, ya saben, vino por el camino de la tan cacareada Libertad de expresión. Aquella que a los socialistas le permitió bromear sobre ETA o insultar al Rey (y aquí se les defendió) pero que al parecer no le permite a quien ve amenazado el modelo de sociedad que él estima mejor, cuestionar la ideología de género o la homosexualidad.
El “imperio gay”, ofendido, contraataca llevándolo al juzgado.
Nótese, por si alguien está perdido, que en ningún momento he entrado a defender el contenido concreto defendido por el cardenal, del mismo modo que tampoco apoyé en su día aquella bochornosa obra teatral. Diría más. Podrán suponer, siendo yo un manifiesto pecador a los ojos de Cristo (o eso dicen los curas), que las palabras del cardenal me han molestado. Pero es que la cuestión no es esa. Malditos.
Si la asociación denunciante en cuestión realmente considera que Cañizares ha cometido un delito, mi recomendación es que sean representados en la corte por Don Tomás de Torquemada (léase con todo el sarcasmo del mundo), porque estamos en exactamente la misma situación ética que en Febrero.
La cuestión reside en contemplar por enésima vez cómo los liberales parecemos ser los únicos que intentamos construir una teoría de la justicia neutral, en la que los juicios de valor (por definición, personales/subjetivos) no entran en juego cuando de Justicia de trata. Orwell lo vio claro cuando afirmó sin matices que si la la Libertad significaba algo, sería, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.
Una sociedad donde cualquiera pueda acudir al juzgado para atacar a aquellas personas que le ofendan verbal o gestualmente, pronto dejaría de ser una sociedad en la que mereciese la pena vivir.
Piénsenlo antes de actuar. Si fuese legítimo (y por momentos tristemente que lo es) poder reprimir los comportamientos ajenos por el mero hecho de suponer ofensas contra tu persona, dejaríamos de ser libres en cuestión de minutos.
Bajo la excusa de “agresiones verbales” está surgiendo la herramienta perfecta para someter y silenciar opiniones divergentes. Gracias a una agresión verbal de esas, se legitima una posterior agresión física.
Es terrorífico. Bajo esta perversa “libertad de expresión con límites” la sociedad se queda sometida al libre arbitrio del juez, y en última instancia, a la ideología dominante. Una pesadilla más propia de Huxley que de Orwell, la verdad. Porque cuando el daño es puramente subjetivo, no hay justicia objetiva que valga.
¿Dónde queda la Justicia si cualquier gesto, palabra o acción pudiese ser perseguido por terceros? ¿porqué este hombre será procesado por un delito de odio y los que hicieron el cartel dos vírgenes besándose no lo serán? ¿cual es el criterio de justicia más allá “de lo que molesta”?
Es más, si esta es la sociedad antiliberal en la que queremos vivir, YO podría ser el primero en ir al juzgado a denunciar a la susodicha asociación, Lambda. He aquí la esencia del despropósito de prohibir las opiniones hirientes: ¡uno que esté ofendido podrá ser a la vez ofensor! Porque yo sí que me siento profundamente ofendido: a mí esta gentuza no me representa.
Perdonen, ¿les estoy ofendiendo?
Cardenal Cañizares: anda llorando la Libertad by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.
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