Recuerdo con especial odio la mochila llena de libros con la que me obligaban a ir al cole. La detestaba. Cada año que pasaba pesaba más, pero dado que yo también iba creciendo lo suficiente para poder llevarla, nadie se escandalizaba.
Me parecía todo una tortura destrozaespaldas milimétricamente diseñada: vivía convencido de poder demostrar que cada vez iba más lento a causa del mayor peso relativo de la maldita mochila (llena de libros inútiles que no me gustaban, pero esa es otra historia) pero, como a efectos prácticos yo seguía yendo “para delante”, no me dejaban quejarme. Que siguiese en pie parecía ser lo único que importaba.
Pues bien, lo mismo podría decirse de la Economía y la Deuda Pública.
En Febrero ya se había comentado aquí que en España la barrera del 100% había sido superada. El ritmo, tal y como era de esperar, no ha parado. Rajoy nos ha endeudado otros cuantos miles de millones más en apenas medio año.
Si de aquella vez me atuve a los principios básicos de la Lógica para comenzar a explicar el marco teórico más elemental que rige el mercado de Deuda, hoy pasaré a aplicar estas ideas al sub-mercado de la deuda pública.
Tardaré bien poco.
Sencillamente, recordemos, la condición indiscutible que hace de la Deuda un mecanismo deseable se basa en la idea central de si el capital prestado será capaz de financiar inversiones rentables. Si la inversión no es rentable, seremos todos más pobres (en lenguaje más técnico: se consume capital). Pues bien, en cuanto a la deuda pública, los principios son exactamente los mismos.
Y fin de la historia. Créanme.
La única cuestión posible, pues, será discernir si el dinero que el ejecutivo pide prestado sirve, del mismo modo que se haría en el mercado, para financiar proyectos rentables.
En este sentido, alguno podría pensar que quiero enfocar el tema en torno al interesantísimo debate de si construir una autopista o un hospital es efectivamente siempre una inversión rentable, o si por el contrario el Estado podría ser un sistemáticamente desastroso prestatario.
Es un tema ciertamente muy interesante, pero no es necesario entrar en él aquí, porque resulta que el gobierno tiene el privilegio de pedir dinero sin necesidad de justificar en qué lo va a gastar. Sencillamente emite “deuda pública”, sin especificar a qué partida irá destinado el dinero.
Es históricamente curioso. Antaño los Estados tenían más o menos el privilegio de no pagar si realmente no querían (una larga historia), pero se sabía que el dinero iba principalmente destinado a sufragar guerras. Hoy en día, los Estados, saben que de alguna manera u otra “el contribuyente siempre pagará” (otro punto interesante), por lo que los prestamistas no exigen mayores detalles al prestatario nacional.
De todas formas, echando una ojeada a los PGE se puede afirmar con muchísima certeza que la deuda pública que ha emitido el gobierno de España debido al registro de déficit presupuestarios crecientes (más bien diría permanentes), está financiando DESDE HACE MUCHO TIEMPO el consumo público o gubernamental y no la inversión pública o gubernamental.
A ver si se entiende: las reglas elementales que rigen la prudencia fiscal se han saltado doblemente a la torera. El gobierno español no sólo está “pagando como puede”, sino que tampoco utiliza productivamente los fondos que ha tomado en préstamo del mercado.
Sólo por esta cuestión del déficit y la deuda, el Estado nos está empobreciendo desde hace mucho tiempo.
Contra este razonamiento a veces se argumenta que frecuentemente se ha observado empíricamente que una elevación de la Deuda ha estado acompañado por una elevación (y no una caída) del PIB, por lo que en realidad la Deuda no nos empobrece. Resulta que todo lo que os digo es mentira.
Este supuesto contra argumento demuestra una mal comprensión muy simple: una confusión entre reducción absoluta y relativa muy propia de estos pseudoeconomistas .
De este análisis se llega a la única conclusión de que el efecto de tener más deuda pública produce una reducción con respecto al nivel de producción que se hubiera logrado si esta no la hubiese, porque se está consumiendo capital. Esto no dice o implica nada sobre el nivel absoluto de producción logrado. De hecho, el crecimiento absoluto del PIB no solo es compatible con nuestro análisis, si no que puede ser visto como un fenómeno perfectamente normal en la medida en que los avances en productividad sean posibles y tengan lugar en la práctica.
La mochila pesa muchísimo, pero digamos que ese niño llamado España es más fuerte. Sí, la única cuestión que cabría preguntarnos es qué espectaculares tasas de crecimiento registraríamos si no existiese tal mochila.
La mochila de la Deuda by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.
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