Una de las razones, quizás la principal, por la que la mentalidad socialista triunfa entre la población es su inicial atractivo psicológico. Donde hay desgraciadas casualidades, un socialista te venderá reconfortantes causalidades.
Así, ante los mil y un problemas de la vida, el socialismo siempre te busca un agente externo, más o menos abstracto, al que culpar de tu personal desgracia. Ya sean “los mercados”, el gran capital, los judíos, la Troika, Merkel, el opresor gobierno español, el heteropatriarcado, los inmigrantes, la guerra de Irak, el “sistema” o la austeridad, la culpa será siempre y fundamentalmente de otros. Esto vende.
El votante descubre una doctrina que le afirma que el mundo es “injusto” por principio. Esto le satisface. Pero cuando la realidad se imponga no es de extrañar que algunos tiendan a convertirse en (violentos) amargados, a veces hasta extremos delirantes: si se caen las ramas de los árboles, la culpa era de Botella. Y si un pobre chico muere de leucemia, la culpa parece del resto. O sea, en este caso, nosotros y nuestros políticos (!). Valiente, ignorante y cobarde amargado periodista este que retorció un hecho tan triste como inevitable. Escribo con la comida atragantada.
Como venía diciendo, el patrón es claro. Consiste en obviar con mayor o menor concreción tu responsabilidad individual, cuando no directamente eliminarla, y sustituirla por la de otros. El problema, claro está, emerge cuando la cruda Realidad se impone y las desgracias siguen llegando igual.
En su profunda ignorancia, el socialista se niega a aceptar que la verdadera culpa, casi siempre, o es de uno mismo (1), o dolorosamente no es de nadie (2).
La primera explicación (1) debería ser una obviedad. La voluntad y sus respectivas acciones, por definición, producen resultados. Como este es el primer y más importante factor explicativo de cualquier situación personal o social, la responsabilidad individual es el principal enemigo de las fábulas socialistas. Los luchadores como Pablo, aunque en este caso no lo haya conseguido, no gustan.
El caso paradigmático es el del empresario de éxito con orígenes humildes (vaya, casi todos). El socialista nunca admitirá la clave de su éxito radica en las miles de horas de trabajo dedicadas. Antes que eso, dirá que fue gracias a cosas como la explotación “de la clase trabajadora” (gilipollez absurda), o gracias a la “suerte“.
Y sí, es cierto que hay muchas veces en la responsabilidad individual poco explica (2). Al parecer Pablo Raez era un amante del deporte, como el que aquí escribe. No le sirvió. A pesar de ir por el manual de la responsabilidad individual, por las razones que genéticas o ambientales que fuesen, enfermó. Puta e “injusta” suerte.
Ciertamente a veces tener buena suerte lo es todo, o bastante. El intento de lograr un resultado valioso puede ser altamente meritorio, a pesar de su completo fracaso, mientras que el éxito total puede enteramente ser el efecto de un accidente y, por lo tanto, carecer de mérito.
La aleatoriedad de una enfermedad suele ser (no siempre, véase el ejemplo del fumador empedernido) un buen ejemplo, como en este desgraciado caso de Pablo. O el del niño senegalés cualquiera que no puede beber agua potable mientras que yo, que tuve la suerte de nacer en la Coruña, me puedo bañar en ella. Sin embargo, en otra escala, un niño bien de Madrid puede pagarse un máster en el IE que le abrirá las puertas del mercado laboral cuando yo no tengo esa suerte. Qué “injusta” es la vida.
Nótese las comillas. Bajo este difuso criterio, todo depende de la escala. Pablo murió, y el corazón me late fuertemente diciéndome que no lo merecía, pero…¿es injusto? Quizás la pregunta esté mal planteada.
Pero antes de que nos pongamos a pensar, ya llega un amargado socialista que coge al vuelo el dolor derivado de la mala suerte de la misma esencia de la Vida y declara “injusta” la situación, procediendo a “hacer justicia”.
El socialista, carente de una teoría jurídica consistente, retuerce la realidad y concluye: nuestro Pablo se nos murió porque no nos robaron lo suficiente a los demás para sufragar una investigación pública para la Leucemia. Es decir, la muerte de Pablo es injusta y los culpables…nosotros.
Su solución, es sabido, pasa por culpar a los políticos “neoliberales” y robar más a todo el mundo (robar a cualquiera de forma sistemática, al parecer, no tiene nada de injusto) para que lo gaste él. En investigación contra la leucemia, vaya.
Todo este delirio, evidentemente, nace de una fábula socialista equivocada de base. La Justicia sólo es un concepto interpersonal que informa sobre las acciones concretas de personas concretas. Que una persona muera de una enfermedad sólo podría ser injusto si se puede probar que ha sido coactivamente inducida por otra. En el resto de los casos, la Justicia sencillamente no tiene nada que decir. La mera muerte por enfermedad no es justa ni injusta per se. No es su campo.
Pero el socialista no se rinde. En su fábula que le permitirá dormir bien por las noches, parece incluso insinuarnos que la Leucemia tendría cura definitiva de no ser por los malvados recortes (un clásico del socialismo, la falacia del nirvana). Y esta tontería, este error causal, es la clave de todo este asunto.
Precisamente todo este resentimiento nace en parte de una presunción equivocada de teoría económica que el periodista (precisamente por ser periodista) ignora.
Porque puede que la Leucemia tuviese cura definitiva desde hace tiempo, pero no gracias al Estado, sino a la iniciativa privada. Pensar que la medicina avanzará más rápido si esta es pública es algo que puede defender un periodista, un médico o un biotecnólogo o un fontanero, pero la Realidad económica se encargará de negar. Mejor dicho, siempre ha negado. Claro que para eso, hay que ser un poco más humilde e investigar lo que funciona de verdad, y no lo que te interesa creer.
El socialismo, negando la realidad, podría llegar a ser el último culpable.
Mientras tanto, seguiremos muriendo de leucemia y de otras tantas enfermedades, o seguiremos sufriendo el paro y otras tantas desgracias personales, mientras desalmados y peligrosos ignorantes neciamente politizarán con ello.
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