Lo ha vuelto a hacer. El ministro de Hacienda más socialista de la historia de nuestra Democracia compareció otro viernes más para anunciarnos un nuevo saqueo. La viñeta que encabeza el post captura la esencia de la actividad política: más y/o nuevos impuestos. Especiales.
Ya se ha comentado mucho en la prensa (pero nunca lo suficiente) el error gravísimo que supone aumentar especialmente ahora el Impuesto de Sociedades cuando otros lo están bajando, por lo que yo hoy os contaré un poco versa sobre la otra parte del siniestro capítulo de ayer. La subida y creación de nuevos impuestos “especiales”.
Veamos. Son dos ideas complementarias las que hay que exponer.
En primer lugar, querido lector y contribuyente, una aclaración semántica fundamental. Desprovisto de giros lingüísticos propios del politiqués, lo único que Taxman Montoro te quiere decir cuando te habla de impuestos “especiales” es que te va a saquear. DOS veces.
Es decir, un impuesto de especial no tiene nada de especial, más allá de que el Estado ha decidido ensañarse contigo por partida doble. Así pues, es de esperar (y así es) que el análisis de estos tipos de impuestos venga dotado de una carga pseudomoral extra que los justifique. Por ello hoy aquí tengo que mezclar más expresamente ambos análisis, el ético y el económico.
Comenzando por el último, ya sabemos que una creación o un incremento de los impuestos al consumo desalientan la producción. La idea fundamental que en su día quise transmitir era que, a contrario de lo que se suele pensar, el IVA general lo sufren los empresarios al igual que los consumidores. De hecho, en última instancia, es otro impuesto sobre la renta, si bien más caótico y destructor.
Pues bien, es fácil deducir qué efecto producirá un impuesto especial extra. Por una parte, afectará a los consumidores de la misma forma que el IVA, trasladando sus recursos y demandas al Estado. Pero es que además, un impuesto especial va a destrozar a los consumidores y productores de una manera particular distorsionando las asignaciones del mercado, los precios y los beneficios de los factores de producción.
Es entonces cuando el político salta al plano moral y te dice “bueno, pues si consigo que cierren las tabacaleras, tanto mejor”. He aquí una sutil pero genial contradicción, porque si el criterio verdadero es promover la ruina de un sector “nocivo” para la sociedad, entonces no se podrá defender a la vez que es una medida para aumentar la recaudación.
La contradicción, empero, tiene fácil respuesta. O eso creen los políticos.
Porque cierto es que los políticos se escudan en tu salud o el medio ambiente para legitimar los impuestos especiales, cuando en el fondo sólo quieren tu dinero. De hecho, en su arrogancia, encargan unos complicados modelos econométricos que estiman cuanto pueden subirte los impuestos sin que se restrinja tu consumo en exceso, solucionando aparentemente así la paradoja (menor demanda pero mayor recaudación).
Pero digo aparentemente, porque no hay manera científica de resolver el problema. En la cruda realidad, cuando el Estado te dice que no puedes hacer algo (imponiendo un impuesto a mayores en este caso), lo más común es que lo sigas haciendo fuera de la Ley. Es el famoso contrabando, actividad denostada por los políticos, pero directamente provocada por ellos.
Los impuestos especiales harán que una parte de la demanda se escape del marco legal (traficar con aquarius, nunca pensé que lo verían mis ojos)
En cuanto a la demanda legal, ciertamente caerá, y quizás lo suficientemente poco para aumentar la recaudación. Pero entonces, repito, en términos generales que no se podrá afirmar que se preocupan por mi salud.
En todo caso, y esto es lo más importante, Montoro no es nadie para decirme cómo tengo que llevar mi vida. Esto no es una cuestión económica. Al igual que nadie aceptaría un impuesto a la ropa deportiva de élite argumentando que los deportistas tienen más lesiones (empíricamente contrastable), nadie es quien para forzarme a dejar de beber mi bebida favorita. La cuestión es, más que nunca, puramente moral. Al fin y al cabo, conviene recordar que un sistema económico de libre mercado está para producir lo que la gente quiere, independientemente de lo que tú, Estado, quieras.
Esto molesta tanto que ante esta verdad tan elemental se arguye que el problema de “tanta libertad” es que tenemos un sistema público de salud en el que “todos” contribuimos, por lo que no podemos permitir que las personas hagan con su vida lo que consideren oportuno.
Obviando el hecho de que el principal afectado por llevar un modo de vida u otro es… el propio contribuyente, me parece difícil encontrar un argumento que justifique un ataque a la libertad tan perverso como este: si tenemos un sistema de salud en el que no hay incentivos a ser saludables (ya me pagará mi salud otro), el problema será, en todo caso…del sistema de salud. No del individuo.
Incriminan (¿incrimináis?) a los obesos, a los fumadores, y ahora a los consumidores de bebidas azucaradas. Los fuerzan y someten a cambiar, “por su bien”. Cuando en el fondo les importa poco. Sólo quieren tu dinero. Nos tratan como niños, y luego quieren que les votemos como adultos.
Hipócritas por partida doble. O triple. Yo he perdido la cuenta.
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