“¡No se puede comparar!”

Quién no lo ha escuchado alguna vez. Seguro que si eres uno de esos valientes que suelen ver alguna de las doscientas treinta y siete tertulias políticas que actualmente están en antena, se lo has oído decir a alguien, porque es siempre una cuestión de tiempo que la dichosa frase salga a relucir.

Sólo hace falta un poco de paciencia frente al televisor y, tarde o temprano, uno de los tertulianos pronunciará estas dichosas cuatro palabras. La persona de turno está indignada, considera un agravio la comparación que acaba de efectuar alguien en el bando contrario. Entonces lo exclama: ¡no se puede comparar!

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