Con todo este revuelo sensacionalista en torno a la reciente salida de USA del Acuerdo de París, me vino a la mente el chiste ese que cuenta Thomas Di Lorenzo, que dice algo así como que la mayoría de los ecologistas no son más que sandías: verdes por fuera, rojos por dentro.
Cierto. A pesar de que existe una gran diferencia entre querer conservar el planeta y saber cómo hacerlo, las sandías nos viene bramando de un tiempo a esta parte su simplista solución con una seguridad pasmosa: dejar de consumir. Sublime necedad, esa de dejar vivir a los conejos antes que a los humanos. Y es que la política hippie ha venido a pontificar, no a estudiar.
Ellos son nostálgicos del comunismo y, como tales, creen que se ha de obligar el mundo entero a de dejar de producir, y volvernos todos a las cuevas si hace falta. Pobres antes que libres.
Eso sí, mientras tanto, los políticos socialistas y superstar ecohippies cogen jets privados con tu dinero, charlan del asunto en un hotel 5 estrellas los días que haga falta, y salen luego a la escalinata del palacio en cuestión a comerse las p. por haber supuestamente salvado el planeta.
Miren si es gracioso.
Al Capitalismo primeramente se le acusó de ser un sistema perverso que nos condenaría a la pobreza. Gracias a las delirantes ideas de ese señor barbudo y eternamente borracho que fue Marx, los supuestos intelectuales se convirtieron en tomates: rojos por dentro y por fuera. Pero no, nada de eso pasó. La sociedad no necesitaba a esos señores que nos dijesen qué, cuánto, cómo y cuándo producir. Sólo tenían que dejarnos en paz.
Entonces deliraron más. Se les ocurrió denunciar sin inmutarse al Capitalismo por provocar todo lo contrario: la Opulencia. Negros por fuera, rojos por dentro (¿ciruelas?), cuando la gente libre comenzó a vivir bien a gran escala, tenían que venir ellos, los nuevos curas, a amargarnos. Pretendían hacernos creer que era inmoral ser rico. No lo es.
Así llegamos a la actualidad, aún con esta obsesión de meterse en la vida de la gente. La nueva versión es más inteligente. Ahora se incluye al planeta de por medio. “Se nos muere” por culpa nuestra. La solución, ya saben. Prohibirte disfrutar demasiado. Porque mucha Libertad es mala. Porque somos “un virus” (sic).
No es que vaya yo aquí a impartir cátedra sobre el asunto. Si acaso dar unas nociones preliminares sobre el problema, al alcance de cualquiera que se moleste en leer un poco. Cosa que las sandías, rojas ellas, no hacen.
Diría más. La mayoría de los que reniegan de la polución de nuestras ciudades y van de hippies por la vida alabando a la madre naturaleza, siguen obstinadamente instalados en esas mismas ciudades ¿Por qué no se van? No han visto una granja en la vida, pero no se van porque en el fondo saben que la tecnología capitalista ha permitido el crecimiento de las ciudades haciéndolas mucho más saludables, cómodas y confortables que nunca en la historia de la humanidad.
El caso. Si realmente quisiésemos salvar el planeta, dejaríamos a las fuerzas del mercado seguir actuando.
“Consideremos, por ejemplo, una típica mina de cobre. No vemos que los mineros, una vez que han encontrado y abierto una veta de mineral, se apresuren a extraer todo el cobre de inmediato; por el contrario, la mina de cobre se conserva y se utiliza poco a poco, año tras año ¿Porqué sucede eso? Se debe a que los propietarios de la mina se dan cuenta de que si, por ejemplo, triplican la producción de cobre de ese año, triplicarán sus ingresos, pero también agotarán la mina y por lo tanto disminuirán el valor monetario de la mina en su conjunto. El valor monetario de la mina se basa en los ingresos que se espera obtener en el futuro con la producción de cobre y si la mina se agota indebidamente el valor de la mina, y con él, el precio de venta de las acciones de la empresa minera, bajarán. Luego todo propietario de la mina tiene que sopesar las ventajas de obtener un ingreso inmediato de la producción de cobre frente a la pérdida del valor capital de la mina en su conjunto. Su decisión estará determinada por sus expectativas en cuanto al rendimiento y a la demanda que su producto tendrá en el futuro, los tipos de interés esperados y los reales, etc… Si se espera por ejemplo que el cobre será obsoleto en unos pocos años a consecuencia de la aparición de un nuevo metal sintético, se apresurarán a producir más cobre ahora cuando se valora más y ahorrarán menos para el futuro cuando tendrá poco valor — beneficiando así a los consumidores y a la economía en su conjunto—. Si, por el contrario, se espera que en el conjunto del mundo varias vetas de cobre se agoten pronto, y, por lo tanto, se espera que el cobre tenga un valor mayor en el futuro, se producirá menos ahora y se conservará más cantidad para extraerlo más adelante, beneficiando de nuevo a los consumidores y a la economía en general”
La economía de libre mercado lleva en sí misma incorporado un principio automático para decidir el grado apropiado de conservación, un maravilloso mecanismo que hace que la decisión del dueño de un recurso entre producir en el presente o en el futuro favorecerá no sólo a sus propios ingresos y riqueza, sino también a los de la masa de consumidores y a la economía nacional y mundial.
El Capitalismo es el más eficiente de los sistemas económicos, cosa que en teoría debería interesar a las sandías. Aquí os lo explican mucho mejor que yo:
En definitiva, si los derechos de propiedad se defendieran como es debido la empresa privada y la tecnología moderna no serían una maldición para la humanidad y la Tierra, sino su salvación.
Pero esta gente, como decíamos, es roja antes que verde. Los mares, “de todos”, los ríos “del pueblo” y los bosques “de la humanidad”.
Sigamos con las bromas rojas y nos quedaremos sin Tierra.
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