En este país de tolerantes esta semana nos indignábamos con la aún existencia de “la misa de la2”, cuando lo indignante no es tanto la misa, sino que aún exista la2.
Las televisiones públicas adolecen del mismo e inevitable defecto que cualquier otro servicio público sufre: al ser financiadas coactivamente por los contribuyentes, es perfectamente lógico que más de uno no esté satisfecho con los servicios ofrecidos y proteste. Porque, al fin y al cabo, a ese contribuyente literalmente le están robando para que otros se gasten su dinero en cosas que no quiere ver.
Como vamos a ver a continuación, lo raro es que todos estuvieran contentos.
En el mercado, las personas expresamos nuestras preferencias televisivas libremente: si quieres ver Sálvame lo ves, si quieres ver un documental, lo ves, y si quieres no ver la tele (¡culpable!) la apagas directamente. En consecuencia, la oferta televisiva se adapta a las demandas de los consumidores. Los canales y los programas que quiere la gente se producen, y los que no, quiebran. Es más, por norma general el consumidor no paga un duro. Gracias a mecanismos de mercado como la publicidad, muchas televisiones privadas pueden ser hasta gratuitas. Todos felices.
Por el contrario, las televisiones estatales son muy caras. Para más inri, el político, al garantizarse de antemano tu dinero (quieras o no) para financiar la tele X, no le interesa qué quieres ver en la tele. Porqué iba a hacerlo. Lo lógico es que te intente adoctrinar, por mucho que diga preocuparse por el “interés general”.
No obstante, pongamos que sí, el político es un ingenuo hombre de bien que se preocupa por reflejar en la pantalla los deseos de su pueblo. Aún así, el problema es científicamente irresoluble.
No puedes pretender que, tras confiscar el dinero a una persona, puedas saber en qué gastaría esa víctima su dinero si este no se le hubiese sido robado de antemano. Esa pregunta es teóricamente imposible de responder. En jerga económica se le llamó “el teorema de la imposibilidad del Socialismo”: Es sencillamente imposible que el Estado se haga con esa información, ya que no se trata de un conocimiento ya descubierto, si no de uno que en todo caso estaría por descubrir si la persona en cuestión fuese libre.
Así pues, siendo este un objetivo imposible, nuestro honesto e imparcial político producirá los programas que como buenamente pueda considere más representativos de su población.
El resultado, en el mejor de los casos (digamos la BBC), es que la oferta es tan neutral que a veces incluso hasta yo tengo suerte y lo que retransmite la tele pública X me gusta. Otras veces, las muchas, no. Eso en el mejor de los casos. En el peor de los casos, la televisión pública se convierte en un instrumento de adoctrinamiento y/o manipulación descarado, como pasa actualmente en la TVE, la TV3 o Canal Sur, por poner los ejemplos más sangrantes.
En todo caso, tú la estás pagando quieras o no (precisamente a media España le molesta que se emita la misa en cuestión, cuando en ese momento probablemente esté en cama durmiendo, como costumbre nacional de domingo que es).
Asimismo, creo que está los católicos no tienen porqué preocuparse. Suficiente demanda hay para que la misa se retransmita por medios privados.
Pero aún hay más. El socialista es a veces tan snob que, antes de reconocer que prefiere ver a la Esteban a un documental sobre Mendelssohn (mendelqué?), prefiere pagar por este último un dineral.
Aunque luego no lo vea. En su vida.
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