Mucho se ha hablado de los problemas de dicción de nuestro presidente en funciones, y demasiado poco sobre su ideología. Yo el primero. Parece que hacer bromas sobre su horrorosa oratoria es más importante que las ideas que el hombre nos intenta transmitir a duras penas.
Tanto es así, tanto se le ha llegado a ridiculizar al señor este, que más que nunca el PP será visto a ojos del votante como un partido liberal que quiere desmantelar el Estado del Bienestar, algo que, por mucho que duela admitirlo a más de uno, nunca se ha ajustado a la realidad de la legislatura.
Porque Mariano, para bien o para mal, no es liberal “económico”, nunca dijo que lo fuera, ni tampoco se ha comportado como tal.
Mariano es un orgulloso funcionario del Estado (como la señora vicepresidenta y otros mil del partido) que a duras penas se ha visto forzado por Europa a contener (que no recortar) el gasto social cuando la crisis azotó Europa.
Hasta aquí no aporto nada nuevo, nada que las frías cifras no puedan demostrar por sí solas. Lejos de bajar impuestos, los ha subido. Lejos de recortar el gasto, el Estado que él gobierna sigue registrando peligrosísimos déficits. Lejos de liberalizar la economía, la ha hiperregulado de múltiples maneras. Punto. Uno podrá decir mil cosas sobre este señor y de su partido, pero que es liberal, no. Su legislatura de liberal ha tenido lo que una puta de virgen.
De hecho, cojan cualquiera de las entrevistas realizadas a cualquier dirigente popular en 2012, 2013, 2014 o 2015, y verán como se felicitan entre ellos una y otra vez de haber salvado el Estado de Bienestar. El mismo Presidente siempre se ha lamentado de no haber podido gastar más, porque la situación se lo impedía.
Nótese que aquí es irrelevante, al menos hoy, lo que yo pueda pensar sobre sus políticas. Por lo pronto me limito a destacar que, efectivamente, quien defiende el Estado del Bienestar con hechos y con palabras es, por definición, un socialdemócrata más.
Por eso en este reciente tuit que he colocado al principio no sólo se ha capturado un resumen precioso del espectro ideológico en el que siempre se ha movido el pontevedrés, sino que también refleja sus consecuentes planes futuros si consiguiese formar gobierno. Ese que se supone representar la alternativa a la izquierda, también representa a la socialdemocracia más irresponsable que aumentará el gasto siempre que pueda.
La diferencia respecto a otros candidatos, si acaso, es de grado, no de clase.
Por enésima vez, Rajoy nos ha mostrado cómo es un hombre con una visión del capitalismo claramente instrumental, donde la libertad y el mercado sólo será admisible si permite financiar una mastodóntica burocracia intervencionista que siempre buscará expandir.
Una versión de la socialdemocracia sin límites, típicamente sureña y del siglo pasado, que refleja magníficamente porqué estamos como estamos. Aquí, ya sea el votante de derechas o de izquierdas, ha abundado la noción antiliberal de que cualquier gasto social es intrínsecamente bueno. No hay manera de que cambie la mentalidad y, en consecuencia, seguimos acudiendo a las urnas a pedir más y más gasto (¡dado que es bueno!), con diferencias nimias en el color de la papeleta.
Permítanme que me asombre de que sea yo, un liberal-libertario que poco o nada quiere saber del Estado, quien tenga que aclarar al votante medio una obviedad elemental de la socialdemocracia moderna (supongo que me sale más barato que pagar un viaje a Escandinavia a los millones de socialistas que se disponen a ejercer su derecho al voto). Verán cómo no me es necesario realizar un alegato a pro del libertarismo para que entiendan el peligro de esta afirmación. En este sentido este es un post muy atípico.
Antes de que vayan a votar (asumo que no me harán caso), me gustaría que al menos alguien comprendiese que hoy en día se puede ser socialdemócrata y rechazar un aumento del gasto social.
Razonen conmigo.
Decimos que se tolera un Estado del Bienestar en el que los políticos recaudan violentamente a todos (recuerden, si los impuestos fuesen voluntarios, se llamarían “voluntarios” y no impuestos), para luego redistribuirlo a algunos, porque se espera que el resultado final después del reparto sea beneficioso para todos. Hasta aquí bien.
No obstante ¿ese resultado final es siempre y necesariamente bueno? Creo que no hace falta saber de Economía, repito, para comprender que desde la óptica del contribuyente socialdemócrata no está en absoluto justificada esta afirmación de que un aumento constante del gasto social, tal y como pretende Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias, sea buena.
Esto es puro sentidiño.
“Planes sociales” siempre habrá muchos, tantos como uno pueda imaginar: se puede construir un hospital o un nuevo colegio, pero también se puede regalar dinero a una madre soltera, subsidiar el paro, financiar un taller de integración para inmigrantes, pagar una obra de teatro o promocionar un estudio sobre la conservación in situ y ex situ de la gallina valenciana de Chulilla.
Siendo los planes “sociales” potencialmente ilimitados, se puede deducir que de ningún modo el votante-contribuyente-socialista estará de acuerdo con financiar todos ellos. Por poder, podría financiarse un proyecto de investigación para la Mejora de la calidad y resistencia del calabacín o un Encuentro Internacional de Cucurbitáceas (más casos reales), o también podrían pagarme este Blog (no gracias). Pero antes de poner su dinero en manos de los políticos para eso, se lo quedaría en su bolsillo.
Siendo esto cierto, la lógica nos dice que cuanto más gasto social haya, habiéndose ya cubierto las necesidades “sociales” más alineadas con las ideas del votante, más se desviará este de las preferencias reales de los que los contribuyentes que lo pagan. Ante la ausencia de un criterio riguroso, se tenderá a financiarse cosas de lo más absurdas posibles o superfluas, que beneficiarán cada vez más a unos afortunados receptores a costa de la mayoría. Paradójicamente, podemos afirmar que cuanto más gasto “social” haya, ¡menos “social” será en realidad! Un robo disimulado a todos, en definitiva. Son los llamados buscadores de rentas.
Sólo por esto, ha de entenderse que el ciudadano de a pie, votante socialista del partido X, Y o Z, debería exigir a sus políticos unos criterios claros que marquen el límite del gasto público que considerase “social”, para así votar en consecuencia. De no hacerlo, hay una contradicción palpable de su propia ideología: la ausencia manifiesta de un límite implicaría que un político podría perfectamente subsidiar prácticamente cualquier asunto bajo la etiqueta “social”, y nadie tendría el derecho de tacharlo de corrupto. El votante mismo se alegró del aumento del gasto.
Entonces llega el quid de la cuestión. El asunto estaría a medio resolver si nos olvidásemos del político, personaje fundamental en este juego. Hasta ahora, entre personas que pagan y personas que reciben, no he incluido el incentivo personal del político a ser el repartidor.
Tan sólo he asumido que el gasto social aumenta y con ello muy probablemente el despilfarro, pero se podría argumentar que lo verdaderamente importante es controlar en qué se gasta. Todo sería cuestión de tener políticos sensatos.
Sin embargo, esto es científicamente absurdo. Hoy hablaremos de un tal James Buchanan (Premio Nobel precisamente por estos temas), que llamó a este asunto “la política sin romance”, una cínica frase que personalmente me encanta y que bien podría ser el lema de este blog. La cosa resumida viene a ser la siguiente.
Desde Platón y Aristóteles se pensaba que el Estado es algo así como la encarnación del organismo moral de la humanidad. En vez de que el hombre debería hacer esto y lo otro, en la Edad Moderna muchas personas comenzaron a pensar automáticamente que el Estado debería hacer esto y lo otro. Pero pensando así se cometió el error flagrante de no examinar con detalle la naturaleza del propio Estado y de las personas que lo integran.
Con hacer un pequeñísimo esfuerzo intelectual, uno se daría cuenta de lo que Buchanan explicó con detalle. Que, en realidad, los políticos son personas de carne y hueso como tú y como yo (oh, dios mío. Siempre me asombro de lo “revolucionario” que esto le suena a mucha gente). No son mártires, ni servidores desinteresados, ni nada por el estilo. Tan sólo personas normales con sus propios y egoístas intereses personales.
Entonces ¿en qué otra cosa estará interesada un político que no sea aumentar su poder sobre los contribuyentes? Su profesión consiste literalmente en hacerse indispensable para “el pueblo”.
Así, un político sería una persona capaz de cortarnos las piernas para ofrecernos muletas, cosa que metafóricamente ya hacen.
Como contribuyentes, cuando los políticos reclama aumentar el gasto social, lo primero que tenemos que entender que todos seremos perjudicados y ellos serán siempre los primeros beneficiados.
Lo segundo, que la redistribución posterior sea socialmente beneficiosa, votante socialista, es algo que queda por demostrar. Hoy y ahora, podré aceptar que el lector piense que ciertamente hay una parte del gasto social que es beneficioso para todos, siempre que no se cometa el monumental non sequitur de razonar que todo gasto social es necesariamente bueno.
Sólo con eso, la política española se parecería a la nórdica en algo más que en los edredones. Hasta aquí por hoy.
Estos dos pequeñas ideas de ciencia política deberían haber sido suficiente para que el votante responsable reflexione sobre la inevitable necesidad ideológica de auto-imponerse y exigir a sus políticos un límite a su propia socialdemocracia.
El salto a la Economía partirá de esta pregunta:
Si los programas sociales están supuestamente diseñados para acabar con la pobreza y desigualdad ¿cómo se explica que cada año tenga que haber más presupuesto para lo mismo?
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