Uno de mis economistas favoritos por su claridad, un tal Sowell, solía contar en sus clases que estaba dispuesto a pagar 200$ a aquel que encontrase una cita amable de Adam Smith en relación a los empresarios. Por muy paradójico que a bote pronto pueda sonar esto, Sowell explicaba que el escocés quería trazar la obvia diferencia entre empresarialidad y empresario: que la conducta empresarial resulte socialmente beneficiosa es algo muy distinto a afirmar que el empresario fuese un santo varón. Más bien al contrario, el primero entre los liberales mostró en repetidas ocasiones su general antipatía hacia los susodichos.
Una cita de este autor, muy manida en este sentido, es la siguiente:
“El interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o la industria es siempre en algunos aspectos diferente del interés común, y a veces su opuesto. El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia. (…) [Son] una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la comunidad, y que de hecho la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades”.
Gran conocedor de la condición humana, Smith supo advertirnos de que todo empresario era un potencial clasista, alguien tentado a perpetuar su posición de éxito frente al resto de la sociedad.
Y para ello necesitaría dos cosas. Un instrumento (el Estado) y, sobretodo, unos fundamentos éticos que lo legitime de cara a la sociedad (un pseudo liberalismo conservador).
En cuanto al instrumento, varios siglos después, un historiador norteamericano conocedor de la premonición de Smith (Gabriel Kolko) narró in situ cómo el capitalismo de libre mercado había degenerado en la América de principios de siglo XX. Por poner un ejemplo genial, citaremos aquí al gran Andrew Carnegie, un magnate prototipo de la época, que sin rubor en 1908 declaró que “siempre vuelvo a lo mismo: que el control del gobierno, y solo eso, puede resolver correctamente el problema [de la competencia en la Industria del Acero]“.
En realidad, sabemos que las triquiñuelas de Carnegie, aquello que supo ver Smith, pueden extenderse a todas las personas, sean empresarios o no. Esto es, en la medida en la que alguien adquiera una posición de privilegio, tenderá a protegerla (sino mejorarla) frente a los cambios amenazantes que puedan suceder. Lógico, natural, pero no siempre ético.
Esto me lleva a la segunda cosa, la que a mi juicio es el gran problema del Liberalismo Español o, mejor dicho, de los liberales españoles. La mayoría me resultan nada más que clasistas españoles antes que liberales. Más de oportunismo sociológico que de compromiso con la causa. Gente antipática para el resto de la población. Me explico.
Muchos de ellos ya directamente provienen de familias relativamente más acomodadas que las de su entorno. Otros, sin embargo, salieron “de abajo”. Para unos y otros, eso sí, el liberalismo parece más un medio que alegremente encontraron para justificar éticamente su posición particular que aspiran a conservar, aunque esto es algo que nunca reconocerán.
Es una suerte de necesidad sociológica, junto con las facilidades económicas de las que gozan, lo que les permitieron descubrir una idea muy potente y verdad como un piano, a la par que tranquilizadora: que no hay nada de reprobable en la desigualdad económica mientras que esta sea producto de conductas voluntarias honradas. No, ellos no tienen culpa ni de haber nacido donde han nacido ni de haberse enriquecido, pero sí la tienen del fracaso palpable del Liberalismo como alternativa política.
Si el socialista presume de ser pobre, el clasista liberal se avergüenza de haberlo sido. O se enorgullece de no haberlo sido nunca. Y así, con esos valores tácitos que emana a simple vista más de uno, no se convencerá a la plebe.
Porque si ese chico de barrio humilde, es visto como un fracasado, hará caso a la izquierda. Así, probablemente seguirá siendo pobre, y ahora amargado. Se meterá en un círculo vicioso del que no saldrá, por no ser liberal, pero también porque los que se dicen liberales no tenían muchas ganas de que lo fuera.
Ayer tuvo lugar en Madrid la Cena de la Libertad, un evento anual organizado por el think tank liberal por excelencia de España. La cena, ostentosa, en el Casino de Madrid. Una reunión de esencialmente Liberales clasistas, intelectuales de salón, que si bien comprenden infinitamente mejor que los socialistas las causas de la pobreza, no la han sufrido nunca ni por asomo o, si lo han hecho, lo ocultan.
A la cabeza, uno de los economistas más brillantes del país, pero también heredero de una de las mayores aseguradoras de la península. Junto a él, podría citar a muchos más entre presentes y ausentes, personas que al final se llenan la boca hablando de empresarios con orígenes humildes cuando pocos de ellos lo fueron en origen.
En todo caso, repito, que no se me malinterprete. No, ellos no tienen culpa de haber nacido donde han nacido ni de haberse enriquecido, pero sí la tienen del fracaso del Liberalismo como alternativa política.
Serán todos liberales, no lo pondré en duda ahora, pero detrás de sus ideas no veo verdadera pasión por la Libertad, un sentimiento que pueda conectar con la mayoría de la gente de forma masiva. No son creíbles.
Si el trabajo duro, el ahorro, la sencillez y la autonomía ya de por sí no son ideales fáciles de vender, unos cuantos adinerados de la Capital, por muy formados que estén y muy numerosos que parezcan, no son ni serán la solución a nuestro problema de marginalismo político. Se llenan la boca hablando de “batallas de las ideas” pero sencillamente no conectan con nadie más aparte de un reducido auditorio clasista ya convencido. No hay producto político.
Entonces descubres cosas peores. Que, por ejemplo, muchos de ellos, ante la mínima amenaza del rojo votaron y votarán al infesto PP. Que su modelo era una burócrata elitista que décadas vivió de la política, condesa de España. Que se enorgullecen abiertamente de “su” Madrid, una ciudad crecida a golpe de BOE durante décadas de succión política y centralismo descarado, pero que ahora resulta ser la rica por unos bajos impuestos. ¿Madrid modelo liberal? Saben que es mentira.
Pero es que son madrileños de nacimiento, o de adopción, gente que parece que les hubiese gustado haber nacido allí. Esa gente a la que cuando se les pregunta por una posible ruptura de España se escandalizan abiertamente (algunos, por decoro, sólo en privado).
Entonces ya tienes suficiente. Llegas a la conclusión de que hay bastante de mentira. Estética, fotos, palmaditas en el hombro y de vuelta a la plácida vida de lectura. Mucha “batalla de las ideas”, en realidad una amalgama de vistas gordas, gin tonics anuales y clasismo del bueno, con un poco de coherencia de cara a la galería. No creo que sea que no se enteren de que va la película, es que en el fondo saben que es otra la que nos están contando.
Así, creo que el Liberalismo en España seguirá siendo algo muy divertido, pero marginal. Porque quieren serlo, y bien cómodos están con ello.
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