Esta semana cumplieron años el padre del Socialismo “científico” y el Partido Socialista Obrero Español, mientras que en el otro lado del charco mi imbécil favorito, Donald Trump, también vio cumplido algo, su sueño de ser candidato presidencial. Marxistas, progresistas, y populistas ¿qué tienen en común estos tres? Que se suelen contradecir. Las políticas de Inmigración defendidas, por ejemplo, me trae hablando solo por las contradicciones internas que arrastran.
Así pues, en Europa hoy en día a “la verdadera izquierda” no le gustan los pasos fronterizos a los que tienen que enfrentarse los refugiados sirios. Refugees welcome, dicen. De repente, y sin que me haya enterado yo muy bien, el moderno votante de IU (por poner la versión española del asunto) supuestamente está a favor de las fronteras abiertas. Y yo, como iba diciendo, me quedo perplejo.
No sin razón había quien se quejaba en twitter nostálgicamente, bajo ese hastag #137añosdeSocialismo, de la degeneración intelectual del mismo. Parafraseando a mi manera a Alfonso Guerra, al Socialismo no lo reconoce ni la madre que la parió.
Porque estamos ante otro de esos giros ideológicos más pasmosos e inexplicables que los partidos de izquierda modernos ha experimentado. Ahora resulta que son los máximos defensores de los derechos de los inmigrantes, cuando si por algo se había caracterizado ideológicamente el socialista es por oponerse radicalmente a la libre circulación de personas.
En su versión más pura, contaba Solzhenitsyn cómo en el Socialismo incluso por dentro la Unión Soviética era imposible desplazarse libremente de un lugar del país a otro. Esta obviedad aún le sigue extrañando a algún que otro marxista confundido: el comunismo implica necesariamente que el ciudadano está encadenado a su lugar de residencia. El ciudadano soviético, en particular, lo estaba por la propiska, el famoso visado policial. Lógicamente, tenían que ser las autoridades locales las que decidiesen si podía cambiar de residencia o no. Una auténtica cárcel.
Y qué decir de pretender salir del país. Mucho se ha hablado ya del Muro de Berlín, una enorme pared levantada, hecho que los propios comunistas no esconden, para frenar la sangría de trabajadores cualificados (y no tan cualificados) que huían a la Alemania Occidental.
Dado que el Socialismo puro es orgullosamente incompatible con la libertad de movimiento y el internacionalismo marxista poco tiene qué ver con la Globalización (¡son antónimos!), la cuestión aquí, no obstante, no es criticar a quien abre las puertas de su casa a un inmigrante, ni quien aboga por la apertura de las fronteras. Ni muchísimo menos. Lo que aquí quiero señalar es, por ahora, que quien se haga llamar socialista y vaya a Grecia a ayudar a “dejarlos entrar” es alguien que no se ha enterado de que iba la película.
Sigamos, porque de mi visita a Berlín me traje un facsímil del visado que necesitaba un pobre alemán para cruzar el Muro, el ejemplo perfecto de por donde quiero llevar este tema.
Creo que era siete los sellos que el hombre alemán necesitaba obtener para poder cruzar. El de la policía popular, el de las embajadas, el del ayuntamiento…tan sólo recuerdo marearme cuando el guía me explicó la odisea burocrática que le suponía al ciudadano alemán intentar cruzar legalmente.
Me pareció un magnífico ejemplo de lo criminal que puede llegar a ser un Estado. Ya no estoy hablando de los antaño Estados puramente comunistas, sino de las versiones modernas del otro hijo bastardo del Socialismo, el Estado Policial (antiguo nazi-socialista) que aún hoy amenaza con construir muros.
Viktor Orban, Wilder, Norbert Hofer…y Trump. Otra ración de enemigos de la libertad humana que electoralmente han sustituido la miseria intelectual de la social-democracia moderna.
Todo un dilema: el socialista no-marxista no puede reconocer que Marine Le Pen se ha comido literalmente al pecé francés con un mensaje muy claro: el que ellos mismos tenían hace no mucho tiempo. La (supuesta) protección de los puestos de trabajo del proletariado patrio.
Una izquierda que más que nunca no sabe lo que defiende, ni lo que defendía. Esos neonazis tan sólo han vuelto a capitalizar electoralmente las tres falacias económicas sobre Inmigración que otrora la “verdadera izquierda” defendía:
- que los inmigrantes roban puestos de trabajo,
- que los salarios se reducen por su culpa,
- y que vienen por nuestras prestaciones sociales.
Tres mentiras a las que pronto dedicaré su pertinente artículo. Por ahora, lo duro es reconocer que el antiguo obrero francés “de izquierdas” vota a quien le corresponde, a quien cree que le va a proteger.
Así que aparece un nuevo votante “de izquierdas” de buena fe, capaz de oponerse aún a la Globalización pero escandalizarse a la par por el trato fronterizo. En teoría no le gusta la libre circulación de capitales, bienes y servicios. Detesta la deslocalización de las grandes multinacionales. En teoría es un activista del “comercio justo”, pelea por el fracaso del TTIP y odia que se puedan llevar el dinero a Panamá. Las fábricas de Bangladesh, nos comen los chinos y esas cosas tan dignas.
Y, sin embargo, a la vez, dice estar a favor de las fronteras abiertas. No son conscientes de que se están pegando otro saludable tiro ideológico en los pies, como cuando aquel presidente dijo que bajar de impuestos era de izquierdas. No los reconozco.
Efectivamente, ha comenzado la penúltima batalla que el Estado se resiste a perder frente al individuo: la libertad total de residencia. Los flujos migratorios a gran escala no han hecho más que comenzar y las comunicaciones cada vez serán más densas y mejores. La inmensa y compleja red que es la sociedad global tan sólo está empezándose a tejer.
Es un proceso imparable, por muchos muros que quieran construir los hijos de antiguos inmigrantes. Tarde o temprano cualquier humano podrá instalarse libremente donde quiera, y ello supondrá la derrota definitiva del socialismo de todos los colores.
Aunque….probablemente los vencedores se harán llamar socialistas.
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