Estos últimos días han surgido dos polémicas interesantes. El día de la ceremonia de los Premios Oscar Will Smith pasará una tarde tranquila en familia, mientras que en el otro lado del charco los alemanes podrán al fin comprar el Mein Kampf. El racismo vuelve a las portadas y voy a coger al vuelo la polémica, porque no han tardado quienes han reclamado más leyes y más prohibiciones. Unos dicen que se debería obligar a la Academia a nominar a actores afroamericanos, y los otros afirman que se debería seguir prohibiendo la publicación del panfleto hitleriano (o sólo permitir ediciones “críticas”).
Dejando de lado la Economía, me gustaría realizar, pues, mi primera aproximación a la Ética y su relación con el Derecho.
Desgraciadamente, al acabar de leer este post más de uno quizás piense que soy un racista encubierto. Por ello, a ver si soy capaz de explicar suficientemente bien la idea fundamental de la acertadísima Ética de la Libertad, porque entramos en arenas movedizas.
Es hora de bajar al barro. Esta primera tapa, como digo, será de racismo, pero antes son necesarias una introducción a la Ética en general. Let’s begin.
En el plano moral, creo poder afirmar que a casi nadie le suele gustar que le digan lo que tiene o no que hacer con su vida. A nadie le gusta que le permitan hacer algo, como si sus conductas tuviesen que depender del beneplácito previo de un tercero. Por la misma razón, tampoco gustan las prohibiciones, más allá de las autoimpuestas.
Sin embargo, cuando hablamos de los otros, cambia la historia. Depende la persona, depende del contexto, pero estoy seguro que hay muchas cosas de los otros que no te gustan…y que querrás prohibir o controlar.
Pondré algunos ejemplos muy clásicos: ¿consumir de drogas? ¿llevar armas? ¿controlar a los homosexuales? Hay miles de ejemplos, y en todos ellos las palabras tolerancia o respeto entran en juego. Cuando comienzas a aceptar que hay cosas de los otros que, por mucho que te desagraden, no por ello dejan de tener derecho a hacerlas, a mí me empiezas a caer bien.
Coherencia. Si vamos a hablar de Ética, la coherencia es fundamental. En este sentido, la Ética de la Libertad es la única que conozco capaz de trazar la crucial diferencia entre Derecho y Moral.
Brevemente, para la Ética Libertaria el Derecho cumple una función social esencial: proteger los derechos de las personas por el mero hecho de serlas (cuáles serían estos derechos es algo que ni de broma puedo pararme a explicar aquí). Lo que sí, para lo que aquí interesa, podemos decir que “por culpa” del Derecho existen ciertas conductas prohibidas por las leyes, pero esto sucede precisamente porque estas conductas atacan esos derechos de las personas.
Esa es la condición del Derecho y a la vez su límite, dicen los filósofos de la Libertad. Si razonamos a contrario, estos teóricos defienden que mientras no ataques los derechos de otra persona, tu conducta tiene que ser legal. Lo resumen en un precioso adagio latino, “in dubio, pro libertate” (en caso de duda, Libertad). La idea vulgar es la siguiente:
Te puede dar asco lo que voy a decir, pero defenderás mi derecho a decirlo. O te puede dar asco lo que hago, pero no por ello me prohibirás hacerlo.
Las implicaciones son espinosas. Siempre cuento que uno de los primeros grandes teóricos de la Ética de la Libertad, allá por el siglo XIX, fue uno de más radicales críticos del esclavismo. Un abolicionista como la copa de un pino, vamos. Sin embargo, intuyo que en el fondo era bastante racista (aunque muchos no están de acuerdo con mi interpretación). De todas formas, en el siglo XX tenemos un ejemplo más claro. Ayn Rand, una de esas coherentes defensoras de la libertad moral, era claramente homófoba, pero cuando se le preguntó por los derechos de los homosexuales…no vaciló. Eran los años 60, en América.
Por lo que lo diré otra vez. Habrán conductas que no te gusten, incluso que odies, pero no dejan de ser justas mientras no ataquen los derechos de otras personas. Los filósofos libertarios afirman, en definitiva, que nunca se debe legislar la Moralidad.
Lo cual es, visto desde otro enfoque, creo que es una actitud prudente e inteligente: ni en el Estado más democrático del mundo nos podríamos poner de acuerdo entre todos en qué es bueno o malo para nuestras vidas. Unos prefieren fumar, otros hacer deporte. Unos casarse y tener hijos, otros tener una en cada puerto. Unos creen en Dios y otros no. No sé, parece más inteligente convivir en estas y otras muchas diferencias mientras no nos importunemos.
El mensaje anti-moralismos suena genial y a priori lo compraría todo el mundo, pero a la hora de la verdad poca gente está dispuesta a aceptar sus implicaciones.
Me ceñiré al tema particular de hoy, el racismo. El racismo “débil” es una cuestión moral, y como tal, no debe prohibirse. Por mucho que cueste aceptarlo. Cuestión muy distinta será el racismo “fuerte”: las agresiones, amenazas y demás formas de violencia contrarias a Derecho.
Ha sido interesante volver a ver las sutiles diferencias entre ambos continentes. En Alemania algunos pretenden seguir prohibiendo leer el nazismo, mientras que en América, Will Smith (si me estás leyendo Will, eres un crack) hace un elegante boicot.
Un boicot es un civilizado mecanismo de reacción social ante una moralidad que no compartes. No sólo es perfectamente legal, sino que también es la (casi) única forma libre, justa y efectiva de promover el cambio de la mentalidad. A ver si me explico.
Puede que aún exista racismo en la Academia, permítanme dudarlo, pero tampoco puedo saberlo. La paradójica razón es que existe una ley moral (aquella que prohibe las manifestaciones racistas) .
Will Smith no puede saber si los académicos son racistas: al estar prohibido decir esas cosas, ninguno nunca se ha atrevido ni se atreverá a manifestar en los periódicos lo que opina sobre las personas afroamericanas. En la misma línea, me parece fundamental que el judío alemán sepa de una vez si su vecino lee a Hitler.
Precisamente, el otro gran aporte libertario a la Ética es explicar las consecuencias de legislar sobre la Moral. Las prohibiciones nunca funcionan. En este caso en concreto, como iba diciendo, perseguir penalmente la ideología racista, sólo dificulta el problema. El hecho de creer que los racistas desaparecerían de la noche a la mañana gracias a la prohibición, es ingenuo y absurdo. El racista se disfraza.
Lo importante aquí es entender que el cambio de mentalidad suele ser algo muy lento, gradual, a veces generacional, y desde luego no uniforme entre toda la población. El mero hecho de queden tarados racistas leyendo a Hitler u homófobos (etc.) que si pudiesen, no me dejarían entrar en su local o no me contratarían, no es razón (pero actualmente la es) para meterlos en la cárcel.
Siguiendo con la coherencia,
…si alguien quiere montar un negocio (restaurante, periódico, empresa) sólo para blancos, o sólo para negros, o sólo para hombres, o sólo para mujeres, o sólo para cristianos, o sólo para musulmanes, tiene que poder montarlo. O un periódico en el que decir que los de Coruña somos genéticamente superiores a los de Ferrol.
Personalmente lo despreciaría con toda mi alma (espero no ser el único), pero lo cierto es que no se está atacando los derechos de nadie. Si la cuestión es estrictamente moral, sólo queda combatirla con instrumentos morales: se puede difundir esa actitud racista, boicoteándola, educando a tus hijos…etc. la presión social debería hacer su trabajo.
En una sociedad no racista, los negocios que no reflejan la moral de su sociedad no sobrevirían mucho tiempo sin rectificar. Y si sobrevive, no se puede caer en la hipocresía: el problema no es del dueño, es (de esa parte) de la sociedad que comparte y apoya esa moral perversa.
Aquí todos somos personas, y el Derecho tiene que protegernos a todos. Saber diferenciar una agresión o amenaza racista, por un lado, de hacer ejercicio de tu libertad de expresión o empresa, por otro, es fundamental. La primera ha de ser perseguida por el Derecho, y las segundas han de ser garantizada por el mismo, independientemente de la burradas que motive tus conductas.
Un ejemplo magnífico de “pseudoracismo” light que ilustra lo a veces tan absurda que es esta confusión entre Derecho y Moral se encuentra en aquellos que incluso ahora se creen con el derecho de ser contratados independientemente de los tatuajes que hayan decidido hacerse. Tatuado o perforado merezco ser contratado, dicen.
Yendo por delante que no entendería que no me contratasen por tener un poco de tinta en el cuerpo (si aspiro a ser un gran contable y en el departamento de RRHH manejan criterios tan pésimos como ese, peor para ellos), eso no significa que tenga derecho a criminalizar la Moral de otro. Imaginen qué pasaría si se promulga una ley que dice “nadie podrá ser despedido por razón de tatuajes”…o la contraria “nadie podrá ser contratado si lleva tatuajes”.
Que una Moral Dominante pretenda imponer su criterio mediante el uso coactivo del Derecho…es formalmente idéntico a las salvajadas que en nombre de la “Moral imperante” o el “orden público” se cometieron en los vergonzosos siglos pasados. Un par de libros de historia deberían bastar para empezar a cambiar el chip y entender el peligro, la incoherencia y la profunda injusticia de arrogarse el despótico derecho de decidir sobre la vida de otro.
Pero sé que es difícil. “Ahora es diferente” dirás con algo de razón. Pero yo en el fondo os digo que no. Pervive una diferencia de grado, pero no de clase. Os aseguro que existen unas cuantas cosas que hoy seguís sin permitirme decir o hacer (incluso más de uno me metería en la cárcel), y que mañana serán perfectamente normales. Como siempre ha sucedido, y como seguirá sucediendo.
Sigue sin gustar la Libertad, pero bueno, creo que vamos progresando. Muchos llegan a Roma más por aprendizaje y experiencia que por razonamiento. Pero bueno, lo importante es que al final nos vamos dando cuenta que, como bien afirma el lema…
…Liberty works!
Mein Kampf, por Will Smith. Un primer apunte sobre Racismo by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.
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