Entre las múltiples fuentes de legitimidad que explican la existencia de un Estado Moderno, la más importante de todas ellas reside en la idea de un hipotético consentimiento por parte de la población atrapada.
Con el paso generacional, cala entre los súbditos el pensamiento de que el Estado existe porque queremos, y porque lo necesitamos. Hablando en plata, los Estados se cuidan (y mucho) de proporcionar una generalmente exitosa paz interna que justifique su propia existencia, así como un efectivo sistema educativo y propagandístico que lo venda como inevitable. Sólo así podrá luego justificar su sistemática sustracción de recursos para otros fines.
Conocida como la trampa hobbesiana (sin mí, el caos) y siguiendo a Jouvenel, esta gran familia de ideas se conocen como las teorías de la soberanía popular. A pesar de ser esto un bulo (uno que el propio Betrand deja entrever) podemos creerlo a efectos de este artículo.
Pasa que a veces, a pesar de las maravillas que un determinado sistema estatal pueda proporcionar, se desencadenan dentro de la propia organización procesos de secesión. Procesos que cuestionan la legitimidad misma de un Estado en concreto.
Y es que, aún a pesar de tener todo de su parte, en contadas ocasiones incluso en los más consolidados estados del s.XXI los gobernantes se despistan y emergen grupos más pequeños (en territorios más pequeños) que se rebelan contra el orden establecido a fin de crear el suyo propio.
Es aquí donde mejor se vislumbra la naturaleza ilegítima y criminal del Estado (quizás inevitable) en el sentido de que la teoría de la soberanía popular no es más que una excusa y no un principio legitimador en sí mismo.
Al fin y al cabo, la cuestión inicial no es que los independentistas sean minoría o mayoría, la cuestión es que no se les dejará votar. Como tampoco pasará en el Tibet, o en el Kurdistán.
¿Creían de verdad que Madrid no enviaría cruceros cargados de verdes? Obvio que no. Pero ¿creen acaso que una Cataluña independiente permitiría la secesión de Tarragona, quizá para que ella misma volviese a anexionarse a España? Obvio que tampoco.
El referéndum es un requisito formal que intenta (¿intentaba?) disfrazar un poco la mentira violenta que es la fundación, existencia y funcionamiento de cualquier Estado moderno.
Si bien por norma (muy) general al gobernante, que tiene las de ganar, no le suele hacer falta levantarse del sillón, a veces el rebelado se ve capaz de corresponder a la violencia y lanzar un órdago. Así, unos traen a la Armada, otros amenazan con una independencia ya unilateral.
Pero todos, todos necesitan hablar en nombre del pueblo.
Bienvenidos a la Política sin romance.
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