Advertía uno de mis economistas favoritos, el señor Murray N. Rothbard, que “si Ud. enciende la televisión y ve a un político dando la mano a un empresario, desconfíe: muy seguramente le estarán robando”.
De un tiempo a esta parte, los norteamericanos han venido llamando a este fenómeno como “crony capitalism” (traducido como capitalismo clientelar o capitalismo de amiguetes), lo que no es más que un nombre moderno para una vieja variante del sistema económico capitalista consistente en la intervención a medida de la Economía, a fin de favorecer a ciertos empresarios afines al Poder Político.
En lenguaje un poco más técnico esto se le suele llamar corporativismo y, como decía, es más viejo que la sombra. Pero este no va a ser un post de historia económica, sino de “presente” económico. Así pues, un caso actual y especialmente sangrante de corporativismo (léase ROBO con mayúsculas), quizás es el que más, es la organización de unos Juegos Olímpicos. Como igual no saben que está a punto de comenzar la trigésimo primera olimpiada moderna, aquí vengo a molestar un poco recordando las consecuencias de tener un par de semanas de banderitas para unos, millones de dólares para otros.
Seré breve.
Los Juegos Olímpicos son el sueño húmedo de cualquier político, el paraíso en el que estos mequetrefes se juntan durante unos días con grandes capitalistas (claro está, previo otorgamiento de cuantiosos contratos lucrativos para construir estadios, piscinas y edificios absurdos) y así hacerse todos juntitos fotos en fiestas con deportistas y famosos.
Un circo obsceno organizado por una descomunal banda de mafiosos creada al amparo de políticos corruptos, que condena a miles de personas de la ciudad-sede al empobrecimiento para muchos años, mientras que magnates, diplomáticos, deportistas y enchufados se pegan durante unas semanas la fiesta padre que ya le gustaría al señor Gatsby.
Porque empíricamente, que el impacto económico de unos juegos es casi nulo a largo plazo es algo en lo que inevitablemente están de acuerdo todos los economistas (aquí o aquí).
Los despilfarros y sobrecostes son de descomunales mientras que los retornos son completamente irrelevantes. La resaca es durísima. Montreal tardó treinta años en pagar la deuda. Nagano sigue pagándola, Atenas estuvo está en la quiebra absoluta (aquí unas fotos de sus instalaciones), de Pekín no sabemos mucho (bueno, también tenemos las fotos de sus instalaciones) porque el gobierno no nos cuenta nada, y de Londres sabemos que costaron 15.000 millones. Récord absoluto. Una auténtica salvajada.
Sin embargo, teoricamente, hay quien aún hoy intenta defender la conveniencia de unos Juegos. Dejando obviamente de lado a los interesados corruptos en organizarlos, hay economistas (acaso lo dudaban) que siguen insistiendo en la necesidad de que el Estado “invierta” en cosas así para estimular la Economía.
Son los keynesianos (de los que ya he hablado un poco en algún lado), y todo su despropósito teórico se podría resumir en esta genial viñeta que acabo de encontrar.
El brasileño sería el hombre de la casa, el político el que tira la piedra, y el cristalero el empresario “crony”.
Pan et circenses.
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