Ya había comenzado a reflexionar en otro lugar sobre cómo los políticos pervierten el lenguaje y, por ende, alteran nuestra forma de interpretar la Realidad. Artistas de la manipulación, ante todo, ansían tu dinero.
Hoy, en el primer capítulo de “orwellianas manipulaciones del lenguaje”, traigo a colación el ejemplo más descarado y pasmosamente efectivo de manipulación política: el concepto de “solidaridad”, siempre según estos parásitos profesionales. Afirmar que los impuestos son solidaridad, es como afirmar que la violación es una forma de amor.
Vaya por delante que con un patrimonio de dos acciones del Deportivo de la Coruña y un coche medio pagado, el que aquí escribe está muy lejos de ser millonario. Ya puestos, ni siquiera he comenzado a trabajar, pero como no quiero que se me tilde de oportunista el día que gane mi primer millón (léase con ironía), entiendo que tengo que ir dejando ya claro que pagar impuestos no es ni nunca será una de mis prioridades, ni debería serlo de nadie.
Esto es una cuestión de principios. Veamos ya, someramente, las razones en las que descansa la resistencia fiscal.
En primer lugar, el propio significado de la palabra “impuesto” ya debería indicarnos que algo falla de pleno en el razonamiento del pensamiento único. Los impuestos, oh, son impuestos (valga la redundancia). Quiero decir que, dado que no hay voluntariedad (pagas o vas a la cárcel), afirmar que pagar impuestos es una cuestión de “solidaridad” es una contradictio in terminis brutal. Y negarse a obedecer es algo que debería comprenderse sin menor complicación.
Pero pondré un ejemplo aclarativo. Os presento a Pepito. Cuando a Pepito un día le apuntaron con una pistola y le intentaron sacar su cartera, nadie tendría la valentía de decir que Pepito fue solidario por no haberse resistido al ladrón y habérsela entregado (el hombre prefirió conservar su integridad física).
Es interesante reparar en que a Pepito poco le importaba las circunstancias personales del agresor, llamémosle Al Capone. Nuestro Al Capone quizás sea un delincuente profesional, o quizás sólo era un hombre desgraciado que pasaba hambre y necesitaba comer desesperadamente. En todo caso, y esto es lo importante, Pepito está siendo robado. Al Capone está robando sí o sí, siempre. Y si Pepito hubiera tenido la oportunidad de defenderse, está claro que lo hubiese hecho, y está claro que nadie se lo hubiese echado en cara.
Pues bien, a priori todos somos Pepito.
Sí, la primera y principal diferencia entre un Al Capone y un Estado es que las agresiones estatales están legalizadas. Hablando en cristiano, Al Capone irá a la cárcel y el burócrata no. El político podrá seguir robando recaudando y, Pepito, ante la amenaza de ir a la cárcel (aunque aún yendo le sacarán su dinero igualmente), no le quedará otra que pasar por caja cuanto antes.
Esta ya debería ser una razón moral suficiente para al menos resistirse (si es que puedes) a pagar impuestos, pero a los políticos les quedan muchas artimañas para convencerte en que le des tu dinero. Sigamos.
Lo siguiente es argumentar que en los Estados modernos el contribuyente Pepito recibirá luego ciertos servicios correspondientes a los impuestos que han pagado, por lo que no existe tal robo. Se dice que el Estado provee a la población de unos servicios que, a pesar de ser financiados a punta de pistola, son necesarios (como la Educación o la Salud).
Esto no justifica nada de nada. También el mafioso de Al Capone ofrecía a cambio, por ejemplo, sus servicios de seguridad (y de hecho de una gran calidad). Creo que es obvio que la cuestión no es esa, ¡nunca es esa! Que el Estado ofrezca servicios no demuestra en modo alguno que sólo el Estado pueda cumplir esas tareas ni que las lleve a cabo de modo aceptable. Plantar resistencia sigue siendo perfectamente legítimo.
Uno de los grandes lo explicaba así de magistral:
“Supongamos que en una determinada zona hay varios puestos de venta de melones que compiten entre sí. Uno de los comerciantes, López, expulsa por la fuerza a todos sus competidores; ha empleado, pues, métodos violentos para establecer un monopolio coactivo sobre la venta de melones en aquel espacio territorial. ¿Debe deducirse de aquí que la utilización de la violencia por parte de López para asentar y mantener su monopolio era esencial para el aprovisionamiento de melones en la vecindad? Por supuesto que no. No es sólo que de haber existido competidores y rivales potenciales López habría tenido que suavizar sus métodos violentos y sus amenazas; es que, además, la economía demuestra que, al disponer de un monopolio coactivo, López tenderá a prestar malos servicios y de manera ineficaz. Protegido frente a la competencia mediante el uso de la fuerza, puede proporcionar servicios caros y deplorables, ya que los consumidores no tienen ninguna otra opción. En el supuesto de que hubiera un grupo que reclamara la abolición del monopolio coercitivo de López, no serían muchas las personas que acusarían a los «abolicionistas» de la temeridad de desear privar a los clientes de sus queridos melones”
Pero yo quiero dejar las cuestiones puramente económicas de si el mercado es más eficiente o no a un lado, porque como bien decía antes, esto es una cuestión eminentemente moral. Mi dinero es mi dinero y hago con él lo que quiera.
Por ello la siguiente réplica que surge es aquella que afirma que dado que para muchas personas el Estado es como una nueva religión, los impuestos son, para ellos, realmente voluntarios (otro oxímoron de manual). Cuando llegamos a este punto, es que el argumento ya empieza a ser a la desesperada.
Para muchos, los políticos han conseguido venderse como si de misioneros agustinos se tratasen, al servicio de los ancianos, de los niños, de las mujeres, de los inmigrantes, de los enfermos….etc. Esto es perverso a la par de común. Con el dinero de otros todos somos bellísimas personas.
Pero sí, efectivamente. Se da el caso de que algunos o muchos ingenuos como Pepito pagarían voluntariamente al Estado ciertas sumas de dinero por sus servicios. En ese caso los impuestos ciertamente “no serían impuestos”, no serían robo. Pero aún así, sigue habiendo objeciones. Quizás Pepito estaría dispuesto a pagar 500€, pero el Estado le impone 1000€. Este ya es un problema, que se convierte en problemón cuando aparece Luisito: Luisito se niega a pagar más de 100€. Luisito no quiere pagar por Educación, no tiene hijos a los que educar. Pobre Luis, pagarás igual.
Sigamos complicándolo. Necesariamente se argüirá entonces que lo que sucede es que los impuestos son “colectivamente” voluntarios, porque el acto democrático de votar los convierte en genuinamente voluntarios para todos. Aún siendo muy generoso y asumiendo que la Democracia es un sistema genuinamente representativo en el que los políticos son meros representantes desinteresados de la población (científicamente mentira), este argumento sigue siendo un despropósito aún más grande que el anterior.
Como diría Jefferson, la democracia entonces se convierte en dos lobos y una oveja eligiendo qué cenar. El robo a Luisito sigue siendo un robo, aunque lo hayan “votado” 10 millones de españoles. Aunque sea legal, aunque sea democrático. Es más ¿qué sucede con el resto de Luisitos, que ni siquiera fueron a votar? Al fin y al cabo, no se puede olvidar que la principal fuerza política de las democracias occidentales es la Abstención.
Entonces, y ya finalizando, la gran bala última del que quiere tu dinero para lo que sea es aquella que afirma que sin impuestos (es decir, sin Estado) no existiría ciertos servicios que todo el mundo demanda. Esencialmente la Justicia y la Seguridad. Aunque tengo mis serias dudas con esta afirmación, hoy, con mis escasos 23 años de vida, puedo darla por válida.
En ese caso, se podría afirmar que uno (sí, tan sólo uno) de cada diez euros recaudados podrían llegar a ser legítimos.
Pero el resto…el resto es puro y llano saqueo malamente disfrazado, perpetrado por mediocres y diseñado para financiar por la fuerza toda una serie interminable de servicios que nadie quiere ni nadie necesita, o que realmente todos queremos pero que el mercado podría proveer a los Pepitos, Juanitos o Luisitos de una manera muchísimo más eficiente (repito, cuestión de ciencia económica que no se analiza aquí hoy).
Desde el plano moral, ya tenemos razones de sobra para resistirse a que te saquen tu dinero. Da igual que seas un humilde fontanero cobrando en negro o un millonario de la construcción con cuentas en Panamá, sigue siendo tu dinero y sigues sin querer que te lo gasten por ti. Probablemente tu esfuerzo sea en vano porque la maquinaria del Estado es muy poderosa. Probablemente no te quede otra que pagar.
“…trabajo para mi propio beneficio, el cual consigo vendiéndoles un producto que necesitan a hombres que quieren y pueden comprarlo; no lo produzco para su beneficio a costa del mío, y ellos no lo compran para mi beneficio a costa del suyo…he ganado mi dinero con mi propio esfuerzo, en libre intercambio y a través del consentimiento voluntario de cada hombre con quien he tratado…Me niego a pedir perdón por mi capacidad; me niego a pedir perdón por mi éxito; me niego a pedir perdón por mi dinero” -. Hank Rearden
He dejado en el tintero varios argumentos subsidiarios y muchas preguntas por responder. Pero por lo pronto, quería que supiesen que cada vez que me entero de que alguien cobra en negro, se me escapa una sonrisa.
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