Poco debería importarnos que un señorito de Madrid compre un piso para luego revenderlo. Harina de otro costal, se apunta con razón, es que nuestro Ramón vaya luego predicando las maldades del mercado. Ciertamente se podría editar un libro recopilatorio con todas las frases del podemita respecto al asunto este de la vivienda y la especulación, pero dado que la prensa del IBEX ya se ha encargado ampliamente de la hipocresía en cuestión, mi post de hoy irá por otro lado.
En cuanto a la hipocresía de esta conducta, sólo puedo limitarme a recordar que esta es una tónica general en la izquierda desde que esta se hace llamar así.
El propio Marx, enemigo íntimo de monsieur le Capital, fue durante una buena parte de su vida un despiadado especulador de los que invertían a corto para vender luego ante alzas repentinas. Y no le fue nada mal, huelga decir. Una bonita casualidad histórica, o no tan casualidad, si nos ponemos tontos y nos preguntamos qué hicieron el resto de referentes intelectuales del socialismo. Pero hoy, lo dicho, no seguiré por ahí.
A mí lo que me interesa es ese importante porcentaje de la población que critica la conducta per se. Especular. Yo digo que ojalá Marx se hubiese dedicado a la inversión bursátil toda su vida. Yo digo que ojalá Ramón Espinar reciba un golpe en la cabeza (suavecito), deje el escaño y se convierta en un “buitre” especulador para los muchos años que le deseo le queden por delante.
Porque especular es una virtud. Si no fuera por los especuladores, nuestra calidad de vida se vería notablemente perjudicada. Claro que para entender esto hay que saber un poquito de Economía, y a ello voy.
En primer lugar, si nos ponemos amplios, podríamos decir perfectamente que todos somos inherentemente especuladores. Especular viene del verbo latino speculari, que significa algo así como “mirar desde lo alto”. Así pues, el especulador no es más que una persona que toma sus decisiones económicas en previsión de las fluctuaciones del mercado en un determinado momento y lugar. Es decir, lo que hacemos todos, todos los días.
Cuando vamos al Zara y vemos una chaqueta que nos gusta pero no la compramos esperando que baje su precio en las rebajas, estamos especulando. Cuando mi tía quiso vender un piso en 2009 pero las ofertas le parecían de broma y decidió esperar a que alguien pagase más por él en un futuro, estaba especulando.
Todos, en mayor o menos medida, nos comportamos de esa manera. Pero esto, lejos de ser algo de lo que debamos avergonzarnos, es una característica necesaria y muy beneficiosa del proceso económico.
Para entenderlo, pasemos ya a hablar de la especulación estricta, los especuladores profesionales.
En estos casos, el especulador es una persona que arriesga su dinero porque cree que hay una diferencias de precios entre dos puntos geográficos o la habrá entre dos momentos temporales distintos, comprando por tanto los bienes allí donde estén más baratos para más tarde venderlos donde estén o estarán más caros. Si le sale bien la jugada, gana un beneficio. Si no, la pierde.
[nota: en jerga bursátil esto es una “posición larga”, frente a la corta en la que se vende caro para recomprar barato, y de la que hablaré otro día. De todas formas, si después de leer este post entiendes los beneficios sociales de la posición larga, deducir los de las posiciones cortas sería tan fácil como razonar a la inversa]
Lo que el ignorante en Economía ignora (valga la redundancia) es la importantísima labor social que desempeñan estos “buitres” que se anticipan a los movimientos del mercado. Lo explicaré con el ejemplo paradigmático por excelencia.
Supongamos que este año en Galicia sufrimos unas pésimas cosechas de patatas, haciendo que en consecuencia se eleven mucho su precio. Sin embargo, en el otro lado del globo, los chilenos disfrutan de unas cosechas tan abundantes que el precio de la patata chilena se desploma.
¿qué hará el buitre? El buitre-especulador comprará patatas chilenas (e incrementará allí su precio) para transportarlo y venderlo a Galicia (disminuyendo aquí su precio), provocando así una distribución geográfica de los productos hacia aquellos destinos donde resulten más valiosos.
Pero también pude suceder que el especulador piense que después de las buenas cosechas de este año en Chile, se sucederán varios años de malas cosechas, de modo que, en vez de venderlas en Galicia, decida comprar y almacenar patatas en el presente (encareciendo su precio ahora) para desprenderse de ellas en el futuro, cuando haya carestía de esta mercancía en ese mismo lugar (con lo que la abaratará luego).
Con este ejemplo debería verse claro que los especuladores (cuando aciertan) consiguen amortiguar grandes fluctuaciones espaciales y temporales de precios al redistribuir los bienes económicos a aquellas zonas o momentos en los que resulten más valiosos. Su labor es, por tanto, fundamental.
Tan fundamental como entender que Ramón es si acaso un hipócrita, pero no un “buitre”. Ramón tan es sólo un magnífico especulador. Por lo que ojalá dimita (sigamos soñando).
¿Yo? Lo contrataba.
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