Parece que Trump ha podido perder hoy las elecciones, casi un mes antes de lo previsto. A raíz de la filtración de unos comentarios grabados hace un tiempo, un buen puñado de republicanos dicen ahora descubrir que es un cerdo. Nótese que el GOP no tenía ningún problema con un candidato racista que se burlaba de minusválidos y quería discriminar según religión. Que no se habían dado cuenta, dicen. El caso es que por fin le anuncian su San Martín. Donald huele a cadáver político desde aquí. O no.
Porque qué decir de la criminal de guerra. Bombita allí, bombita allá. Efectivamente, uno (otro más) de los defectos de la Democracia es que solo puedes votar por quienes se presentan.
Los americanos me están proporcionando un ejemplo tan pasmosamente claro de sinsentido de la lógica democrática que no me queda otra que recuperar mi tema favorito: la antidemocracia abstencionista. Creo que es el ejemplo perfecto para desarrollar plenamente los fundamentos éticos de la abstención (es decir, no votar. Nunca). Lo sé, soy un pesado con este tema.
Pero es que vaya dilema. En la escuela y en los medios nos taladran con que tenemos la obligación moral de votar. Se dice que si no votas, no tienes derecho a quejarte. Y parece que más que nunca, el votante americano podría estar pensando todo lo contrario.
Yo pienso todo lo contrario. En mi opinión, el primero que tiene derecho a quejarse es el abstencionista. Sin ánimo de tirarme flores, es una conclusión que siempre tuve en mente y que hace nada un tal Jason Brennan me ratificó aquí de forma mucho más elegante. O el señor Caplan aquí. O otro autor aquí. Trump (y Hillary) no es más que un ejemplo que me servirá para exponer la postura “antidemócrata”. (soy consciente que el término es peligroso porque se asocia a los totalitarismos, pero no todos los antidemócratas somos totalitaristas. Más bien todo lo contrario)
Veamos los argumentos.
El argumento más clásico (1) afirma que no basta con que uno disfrute de unos niveles aceptables de bienestar, y que viva bajo un orden social medianamente justo y razonable. Más bien, es nuestro deber moral hacer que los demás ciudadanos tengan el mayor bienestar posible. Por ello, debes votar.
Este argumento falla al final. Aceptando como válido que es una obligación o deber moral ayudar a mejorar tu comunidad, de ahí no se deduce que votar sea uno de esos medios. Es más, lo que debería estar claro es que, en todo caso, no es el único medio.
Por lo pronto les puedo ofrecer un número prácticamente infinito de cosas mucho más efectivas que uno puede hacer para promover el bienestar de sus conciudadanos o para apoyar un orden social de justicia, mucho mejores que votar a un Trump o a una Hillary. Desde colaborar en una ONG, realizar un trabajo gratuitamente para quien lo precise y no pueda pagárselo, o ayudar a una anciana a cruzar la acera, hay millones de ejemplos de civismo.
Además, cabría preguntarse si votando, más allá de lo que uno pueda pensar, se está ayudando realmente a los prójimos. Lo dejo en el aire por ahora. Sigamos.
Otro argumento (2) descansa en la idea de que el Gobierno es un bien común. Como tal, el que no vote estaría beneficiándose oportunistamente de sus beneficios (en Economía se les llama free-riders o gorrones) sin participar en su “construcción”.
El fallo de este argumento reside en que es falso que participar en un bien común evite los free-riding. La Economía viene al rescate.
Un clásico ejemplo es del vecino que planta en su jardín unas flores que me encantan ¿somos el resto del vecindario unos gorrones por no pagar por ellas? ¿debería el vecino obligarnos a pagar por ellas? Parece obvio que no.
Lo mismo se aplica a la Política. Y eso que estamos asumiendo que la acción política es tan buena como unas flores. Otra vez, admito provisionalmente que una persona “quizás” pueda contribuir al bienestar directamente votando bien u ocupando un cargo, pero no admito que de ello se pueda deducir una obligación moral de participar. No hay tal obligación.
De hecho, por no repetir mis anteriores propuestas del argumento (1), si el verdadero deber es preocuparse por el bienestar de tu pueblo, ello también se puede realizar indirectamente a través de múltiples maneras.
En un sistema de libre comercio la división del trabajo hace que todos los días todos nos beneficiemos indirectamente de millones de cosas por las cuales no hemos pagado un céntimo. En cierto modo, la Economía produce bienes públicos a lo grande.
Por ejemplo, un coche eléctrico beneficia a su conductor y a mí, porque no hace ruido y lo valoro mucho cuando voy por la calle. Que abran un Starbucks beneficia al dueño de la cafetería y a sus clientes, pero también puede beneficiar a los comercios de alrededor, porque sus negocios aumentan de valor.
No existe argumento válido que demuestra que votar sea un deber moral per se. O al menos no lo conozco. Falta por ver considerar si la abstención puede ser un deber. Sigamos retorciendo el problema.
Supongamos que tenemos una Democracia X, donde el presidente electo es un absoluto cerdo, charlatán, corrupto, ignorante o incompetente. Ante tal panorama, al ciudadano se le pueden plantear tres acusaciones.
1) La culpa es del que no vota.
Este pobre argumento “si no te ocupas de la Política, ella se encargará de ti, por lo que deberías votar por algo para cambiar el sistema” acaba de ser tratado parcialmente. Pero como iba diciendo, hasta ahora se estaba asumiendo que la Política es un bien común. ¿y si resulta que es un mal común?
Si se asume que la Democracia es como el matón de clase que quieres que te deje en paz pero que quiere pelear contigo igualmente, la inmoralidad esencial va a estar en el matón, no en ti. El culpable del desastre será el político de turno, y inmediatamente después quienes lo hayan puesto en esa posición. Desde luego, aquel que evita al “matón” no yendo a votar, es el último culpable del desastre. Faltaría más.
¿Quiero decir con esto que quienes voten son “culpables”?
2) No, sólo es responsable el que votó al presidente electo (el argumento “a mí no me mires que yo no lo voté”)
Vamos progresando. No obstante, tampoco esto es del todo justo. Si esto realmente fuese así, se podría afirmar que no hay diferencia moral entre el supuesto de la abstención o votar al candidato derrotado. Fíjese.
Ambos serían “buenos ciudadanos”, porque el abstencionista bien podría haber votado al ganador, y en ese caso, se tendría que aceptar que “quedarse en casa” es igual de bueno que aquel que fue a votar al derrotado ¡es incluso más loable!
Es decir, se asume peligrosamente que el abstencionista es peor que el votante derrotado porque se cree que de haber votado lo hubiese hecho por el candidato derrotado, pero eso no está en absoluto demostrado.
En ambos supuestos, pues, se puede concluir que el ciudadano no será responsable de los males del país mientras que sus políticos no estén en el Gobierno. En todo caso, el abstencionista sería tan buen ciudadano como el votante derrotado.
Pero aquí se encuentra otra falacia ¿habiendo votado al candidato derrotado se hubiesen evitado los problemas? Esta es la siguiente falacia que desarrollo en el siguiente punto.
3) Conclusión: todos los que votan son responsables
La razón por la que no se debe aceptar el supuesto dos es porque se asume falsamente que la alternativa derrotada es necesariamente mejor que la ganadora. Pero esto es algo que no se demuestra. Ni siquiera en el caso más simple (bipartidismo) puede tener el votante claro que Hillay sea mejor que Trump.
En todo caso, un votante que vota en blanco tampoco no se nos escapa del juicio. Al fin y al cabo, vota. Que no le convenzan las alternativas no significa nada mientras que acepte las reglas del juego.
Al fin y al cabo, el mero hecho de votar implica necesariamente aceptar la regla fundamental del juego. Creo que esto es obvio, pero lo explicaré con un ejemplo extremo.
Suponga una participación extremadamente alta en unas elecciones bipartidistas. Un 100%. Voluntariamente no hay abstenciones ni votos en blanco y todos se decantan claramente por uno de los candidatos. Salga quien salga elegido, lo que realmente sale fortalecido es el sistema.
El principio democrático elemental es ese. El votante acepta el resultado desde el momento que participa. El votante, por el mero hecho de serlo, es siempre responsable de los males de la política, si bien el votante del caballo ganador quizás pueda serlo un poco más. O un poco menos. Es irrelevante.
Para aquellos como yo que no es que no les convenza ninguna alternativa, es que directamente no están de acuerdo con las reglas del juego, debería ser obvio que no hay ningún sentido lógico en afirmar que para cambiar el sistema hay que participar en él.
Es más, el propio sistema lo expulsa. Si no puedes ir a jugar al fútbol con una raqueta (quizás no sea la mejor metáfora, pero no se me ocurre otra mejor ahora), tampoco puedes ir a unas elecciones diciendo que no te gustan las elecciones.
La abstención se convierte en un deber moral, una acción política clara, el único medio pacífico de protesta que queda para desmarcarse de un sistema en el que no quiero participar. Precisamente no quiero tener nada que ver con un sistema que me parece inmoral. Sí, votar me parece inmoral.
Pero es que además, no hace falta en absoluto ser ideológicamente libertario para dejar de votar. En esto Brennan y Caplan hacen mucho daño:
En general, el ciudadano demócrata debería una obligación moral general de NO votar, ya que suele ser un completo ignorante sobre aquello que se somete a consulta pública, por lo que sus votos van a provocar malas políticas para la comunidad.
Es decir ¡Incluso aceptando las reglas de juego, incluso aceptando que la Política es un “bien común” como las flores del jardín del vecino, no se deduce por ningún lado que el ciudadano medio deba ir a votar!
Tampoco se deduce que deberían retirarle el voto a Trump por ser un misógino. Por eso empecé este post hablando de Trump. El último non sequitur de hoy es ese, el que me hizo recordar lo absurdo que es tener que decidir por el peor de los males.
Porque en la escuela se afirma que la Democracia está para seleccionar a los más preparados. Si eso fuese cierto, que Trump sea un cerdo en la vida privada es repugnante, pero debería ser lo de menos. Escuchar a políticos, analistas y votantes retirar abiertamente su apoyo a Trump por esa razón (cuando hay mil antes que deberían importar), debería ser suficiente para indignarse como votante.
La Democracia es un gran mentira que no sirve a los propósitos que afirma.
Entre Trump y Hillary, o porqué no voto by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.
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