Haya paz, que este no será otro post sobre la izquierda española. Esta vez fue Cayo diciendo que les votemos con la nariz tapada, pero ayer fue Mariano apelando al voto útil, y mañana supongo que será Pedro quien rogará que le votemos excusándose en alguna tontería similar. La cuestión de hoy (críticas a la Democracia, vol.II) es, digámoslo así, apartidista.
Qué tendrá este sistema que tantas alabanzas se lleva, me volví a preguntar hoy por enésima vez, cuando hasta un político de profesión nos reconoce de forma tan descarada uno de los problemas intrínsecos de la Democracia. “Alberto, me va a costar votar”. Pero vote, buen hombre, ante todo usted vótenos con la nariz tapada. El tema se las trae.
Tengo que comenzar realizando un breve paréntesis para recordar que en otro lugar ya había comenzado a desengranar el sinsentido de un sistema político democrático. De aquel post había salido un poco asustado, dado que de ahí se podía deducir perfectamente que el aquí escritor es una especie de totalitario en potencia. Nada más lejos de la realidad.
Primeramente pues me gustaría aclarar mi postura, que si bien profundamente antidemócrata, no es en absoluto totalitaria. Esténse tranquilos en este sentido, que mis aspiraciones están bastante lejos de convertirme en un dictador (tampoco estoy realmente llamando dictador al pobre de Cayo Lara, calma). Ni creo en el poder político, ni creo en la Democracia tal y como hoy en día es entendida. Sencillamente me limito a criticar vorazmente un sistema que, lejos de ser el David de Miguel Ángel de los sistemas políticos, es un insulto a la inteligencia y la mayor losa al progreso. Una amenaza real que no interesa conocer.
Pero no me pidan soluciones, al menos no por ahora. Porque como diría mi señora madre, el primer paso para solucionar un problema es reconocer que este existe, y yo poco más puedo ofrecer a día de hoy más allá de divulgar los engaños de esta trampa que llamamos Democracia.
Así pues, retomando el tema, recordarán que esa primera crítica iba destinada al concepto de programa electoral. No me repetiré mucho. Basta con que recordemos que la propia naturaleza científica de los programas electorales (aunque a muchos les cueste admitirlo) hace que estos no tengan valor alguno. Si Rajoy prometió bajar los impuestos y los acabó subiendo más de que lo que el partido comunista prometió en esa misma campaña, poco más habría que añadir. Quien esté más interesado en profundizar en las explicaciones teóricas le recomendaría…que contacte conmigo. Estaré encantado de que alguien me haga caso 🙂
Pero es que hoy mi crítica parte (de la ilusión 1) de que el programa electoral es sincero y será exigible. Supongamos por un instante que el votante tiene a su disposición los seis o siete programas electorales principales y estos serán obligatoriamente realizados si el político en cuestión llega al poder. También podemos suponer, sólo por hoy (ilusión 2), que el votante se informa adecuadamente de todos ellos.
Quien piense que el problema quedaría solucionado…es que no ha pensado mucho, me temo. Son muchas las objeciones que quedan por hacer. Muchos posts, vamos.
Por lo pronto, Cayo nos acaba de ilustrar la de hoy: ¿qué sucede si, aún así, el votante vota “estratégicamente” en contra de sus preferencias? El otrora coordinador general de IU nos pide que votemos por ellos, a pesar de que ni a él mismo le convenza el programa de la coalición.
Esto es grave. En primer lugar, porque se piensa inconscientemente que un sistema de votación genuinamente democrático refleja las preferencias de los individuos en una preferencia global de la comunidad. Sin embargo, el mismo Cayo nos insinúa que esto puede ser mentira. No son pocas las veces (en mi caso siempre) en las que el votante más responsable y coherente del reino no puede encontrar un programa electoral que se ajuste a sus verdaderas preferencias. Si esto es así, todo aquel voto “al mal menor” se desvía de lo deseado por el individuo y el resultado agregado desvirtúa claramente la representatividad del sistema.
La legitimación del poder político, pues, se basará en una mentira. Una débil mentira, se dirá. Y es que la mayor parte de ese electorado, se dirá, (ese que ilusoriamente está bien informado) se ve fielmente reflejado por al menos uno de los programas electorales.
Bueno, entonces llegó Arrow y nos dijo que nuestras ilusiones seguían siendo en vano. Sencillamente, es imposible diseñar un sistema de votación que permita reflejar las preferencias de los individuos en una preferencia global de la comunidad, de modo que al mismo tiempo se cumplan ciertos racionales.
Entre ellos, la famosa ausencia de un “dictador“, que en el sentido de Arrow, significa una persona que tenga el poder para cambiar las preferencias del grupo. Así, Arrow lógicamente razonaba que si existían dictadores, el sistema deja de ser realmente justo.
Pues bien, aquí tenemos a nuestro pequeño dictador. Don Cayo ha mandado una orden clara a la militancia. Voten. Y votarán.
…y yo, que ya saben que soy un mal pensado, me pregunto ¿y si resulta que hay quien al final vota a quien diga su dictador de turno (Cayo, Bardem, papá, su novio, su hermano)?
¡Tanta m*** de campañas electorales para eso!
Cayo, o el dictador que buscaba Arrow by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.
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