Una de las más poderosas razones que existen para declararse antidemócrata reside en el escaso o nulo valor que los programas electorales tienen. El de Rajoy es un fiel ejemplo de ello.
El abstencionista, con un razonamiento aquí impecable, te afirma que dado que no existe ninguna garantía legal que nos asegure el cumplimiento de lo prometido en campaña, sería irracional confiar en estos señores.
El argumento es ciertamente muy sólido. Si las cuestiones que se ponen en juego en unas elecciones son de tan suma relevancia para nuestras vidas (y de hecho lo son), parece lógico negarse rotundamente a acudir a las urnas con tanta alegría y tan escasas o nulas garantías de cumplimiento. En otras palabras, el abstencionista entiende que sería temerario e incluso irresponsable participar en una más que probable farsa de dolorosas consecuencias futuras.
Depositar tu papeleta con el riesgo de ser (sistemáticamente) estafados sería como ir al súper a hacer la compra y decirle a la cajera que confiase en ti y en tu buena fe, que ya le pagarías en otro momento. Algo que nadie en su sano juicio toleraría en su día a día, pero que es extrañamente consentido cuando de cuestiones políticas se trata.
Fool me once, shame on me, fool me twice, shame on you, que dicen en Inglaterra.
La mayoría de la gente sencillamente se resiste a aceptar que haya una altísima probabilidad de ser engañados una otra y otra vez, ignorando la aplastante evidencia empírica y esa bonita ciencia (Politología) que nos explica porqué suele suceder (y seguirá sucediendo) esto.
Pero no creo que hoy sea el momento para exponer las que creo que son las razones de tan temerario comportamiento. Es más, tampoco creo que adentrarme en la teoría política vaya a dar sus frutos. Sencillamente me temo que todo lo que comente te entraría por un oído y te saldría por el otro, para luego volver a votar en la próxima cita electoral.
Por eso, lo único que quiero hoy es rescatar del olvido un viejísimo discurso electoral, con la esperanza de que al menos se comprenda lo antiguo que es esto de mentir con tal de llegar al Poder. Decía así:
“…acuso a la actual Administración de ser la Administración más gastadora en tiempos de paz de toda nuestra historia. Es una administración que ha acumulado oficinas tras oficinas, comisiones tras comisiones, sin haber podido anticipar las necesidades extremas que los estadounidenses afrontan y sin ser capaz de lidiar con la reducción del poder adquisitivo que el pueblo padece. Tan sólo hay burocracias y burócratas, comisiones y comisionados que se han mantenido a expensas del contribuyente.
Y ahora, he estado leyendo en los periódicos de los últimos días que el Presidente está trabajando en un plan para consolidar y simplificar la burocracia federal. Amigos míos, hace cuatro largos años, en la campaña de 1928, como candidato, yo propuse hacer esta misma cosa. Y hoy, una vez más, él todavía está proponiéndolo, y yo os dejo a vosotros que saquéis vuestras propias conclusiones.
Por mi parte, simplemente te pido que me asignes a mí la tarea de reducir los gastos de nuestro gobierno”
Con esta sarta de mentiras, un tal Franklin Delano Roosevelt consiguió hace ya casi un siglo hacerse con el despacho oval. El hombre que, una vez parapetado en la poltrona, batió todos los récords de gasto, expandiendo el gobierno federal como nunca antes se había visto. El culpable de que de donde había una Crisis, surgiese una Gran Depresión de más de una década.
Seguro que les suena.
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