Con todo este revuelo sensacionalista en torno a la reciente salida de USA del Acuerdo de París, me vino a la mente el chiste ese que cuenta Thomas Di Lorenzo, que dice algo así como que la mayoría de los ecologistas no son más que sandías: verdes por fuera, rojos por dentro.
Spooner, deja de hacerte preguntas
Cuando vienen días malos para escribir, saben mis lectores que toca tirar de clásicos. Y qué hay más clásico en este blog que un post sobre los fundamentos de la Democracia. Hoy es un día de esos, y el clásico en cuestión es ese señor barbudo de mi derecha, Lysander Spooner.
Este tipo era demasiado inteligente. 70 páginas le bastaron para desmontar la absurda idea de Hobbes, Rousseau, Locke, Rawls o Buchanan, por la cual las constituciones son “pactos sociales”.
Clasistas liberales
Uno de mis economistas favoritos por su claridad, un tal Sowell, solía contar en sus clases que estaba dispuesto a pagar 200$ a aquel que encontrase una cita amable de Adam Smith en relación a los empresarios. Por muy paradójico que a bote pronto pueda sonar esto, Sowell explicaba que el escocés quería trazar la obvia diferencia entre empresarialidad y empresario: que la conducta empresarial resulte socialmente beneficiosa es algo muy distinto a afirmar que el empresario fuese un santo varón. Más bien al contrario, el primero entre los liberales mostró en repetidas ocasiones su general antipatía hacia los susodichos.
El argumento Wilt Chamberlain
” Supongamos que en nuestro país se realiza una distribución de la riqueza igualitaria. Supongamos que es tu distribución favorita, a la que llamaremos D1: tal vez todos tienen una porción igual, tal vez las porciones varían de acuerdo con alguna dimensión que tú consideras oportuna. El criterio “justo”, pues, lo pones tú, el que quieras. Ahora bien, supongamos que Wilt Chamberlain se encuentra en gran demanda por parte de los equipos de baloncesto, por ser una gran atracción de taquilla.
Laissez faire, Europa
Han pasado más de setenta años desde que Europa quedase hecha un solar. La guerra total había supuesto el culmen, la fiesta última, de una ideología enferma: el socialismo, versión nacionalista.