Los peligros de la envidia

Lo nunca visto, unos cuantos asturianos de bien salieron hartos a las calles de Oviedo a reclamar al Estado lo que es suyo. Y es que si confiscar a los vivos suele estar mal, lo de hacerlo otra vez cuando estamos muertos no tiene nombre. Cosas que suceden en este país, donde tras la legalidad se suele esconder la pura envidia.

Herencia

Técnicamente, el saqueo peculiar del Impuesto de Sucesiones se suele vender como un mero ingreso más por el cual el contribuyente “rico” tiene que tributar, algo a todas luces absurdo. El contribuyente no ha producido nada nuevo, por lo que no estamos en absoluto ante un ingreso por producción, sino ante una transferencia de propiedad de capital acumulado.

El “impuesto a los muertos” es un impuesto puro al capital y, como tal, el impacto económico es devastador. Es más, como ahora mismo argumentaré, además de desastroso, probablemente sea el más inútil e injusto impuesto de todos los habidos y por haber.

Comenzando por lo menos importante, el ISD es inútil por su nula capacidad recaudatoria. No representa ni el 1% del montante total. Tanto es así que países tan socialdemócratas como Suecia lo han abolido (off topic: los suecos nos llevan 15 años de ventaja).

Pero dejando este argumento subsidiario de lado, las dos razones por las cual este impuesto es el más injustificable de todos es tanto su ya mencionado peligroso impacto económico, complicando la vida a miles de familias (una cosa es heredar un inmueble y cuestión muy distinta es tener la liquidez necesaria para afrontar el pago del impuesto), como su también mencionada profunda injusticia.

En cuanto al asunto económico, la teoría económica nos informa de que los impuestos al capital son los más dañinos de todos. Gravar el capital acumulado en el pasado y disponible en el presente desanima el reemplazo así como la nueva acumulación futura. Y esto es lo más mortal para la Economía.

Como tal, la existencia de un impuesto sobre la herencia destruye los necesarios incentivos a construir un patrimonio familiar, un patrimonio que se hace especialmente necesario en periodos de crisis. El impuesto de sucesiones tiene este efecto sociológico añadido de penalizar la preservación de los lazos familiares.

Así pues, poniéndonos metafóricos, el ISD es un impuesto que arranca las semillas de futuros árboles y tala los existentes. Recaudando relativamente poco en el presente, el daño proyectado al futuro es enorme. Claro que precisamente eso es lo que se pretende. Hacer daño.

Lo cual nos lleva al último punto, la inmoralidad del impuesto.

Exigir la tributación por una herencia no sólo es inmoral desde el punto de vista general de todos los impuestos, sino que es especialmente injusto por el mero hecho de que ésta ya fue tributando en vida. El ISD es un caso paradigmático de “doble imposición”. Recordemos que esto no es impuesto a la producción. El capital acumulado es una herencia que viene del pasado y, como tal, ya pagó sus respectivos impuestos. Aquí lo que se busca, repito, es hacer daño. 

Bajo una concepción profundamente equivocada de lo que es justo o injusto, el socialista cree que es una “injusticia” que unos puedan recibir ingentes cantidades de bienes gratuitos mientras otros no tienen esa suerte. Dice preocuparse por la desigualdad, pero a la hora de la verdad, sólo le preocupa la económica.

Esta argumentación, tal y como adelantaba hace unos días, no tiene nada de encomiable. Confunden igualdad política con igualitarismo.

Olvidan los socialistas de todos los partidos que el mero hecho de nacer con una carga genética única ya nos hace desiguales, en el peculiar sentido igualitarista. Unos son más guapos (o guapas!), más inteligentes, o lo que sea, que otros. El talento humano se distribuye en la población de distinta forma.

También olvidan que el mero hecho de nacer en un determinado lugar nos hace también “desiguales”. No son las mismas oportunidades las que tiene una chica de Madrid que un hombre nacido en un pueblo de Canarias. O por la misma razón, algunos nacen en familias felices y otros son huérfanos. Algunos tienen hermanos y otros no. Algunos tienen padres que les inculcan ciertos valores, y otros no.

Y podría seguir ad infinitum.

Lo que quiero transmitir es que ya no somos iguales de partida, por lo que plantear la vida como una carrera en la que todos debemos que salir de la misma posición es un error. Pura envidia, la vida no es ni puede ser una carrera contra nadie. Esa mentalidad envidiosa igualitarista es un error.

Poniéndome metafórico otra vez, la vida sería más bien sucesivas partidas de poker en las que recibes peculiares manos más o menos favorables, pero en donde lo importante es saber jugar tus cartas.

La verdadera y “justa” igualdad es un concepto político: es la igualdad frente a la ley, adquirida por el mero hecho de ser personas. A pesar de todas nuestras diferencias.

En nuestra metáfora, la igualdad sería que todos respetasen las reglas del Poker (precisamente por eso es bonito el Poker).

Por otra parte, no deja de ser ciertamente irónico que sean los supuestos luchadores de la “desigualdad económica” y en consecuencia defensores de la “solidaridad” los que detesten la institución de la herencia y defiendan su tributación, cuando así se está penalizando precisamente…la caridad.

La herencia es el mecanismo solidario por excelencia del libre mercado. La última voluntad del causante es por definición “regalos” altruistas a sus hijos, amigos y conocidos, pero muy a menudo también a fundaciones sin ánimo de lucro de todo tipo que, por supuesto, tampoco merecían esos bienes.

Pero nótese aquí que el merecimiento es siempre subjetivo, y en todo caso para eso ya está el fallecido decidiendo quien merece sus bienes. Por esa misma razón, por no ser el “merecimiento” un concepto objetivo, ninguna tercera persona, ajena al legítimo propietario, puede argumentar que los bienes de este han de ser confiscados, y hacerlo en nombre de la Justicia, porque otros lo merecen más.

Nadie tiene ningún derecho a reclamar los bienes del heredero por el mero hecho de que ahora vaya a vivir mejor que tú. En un primer momento el causante jugó mejor sus cartas (o tuvo suerte) y acumuló un patrimonio, y en un segundo momento el heredero tuvo la suerte de ser considerado como tal. La desigualdad económica, exactamente igual que el resto de desigualdades derivadas de la vida misma, es justa.

Ante el miedo patológico a aceptar que todos somos diferentes desde que nacemos hasta el momento en que nos morimos, y que podemos diferenciarnos unos de otros a lo largo de la vida, disfrazamos la envidia como Justicia.

Sólo la desigualdad jurídica es injusta: robar legalmente a unos sólo por el hecho de ser más ricos que otros, eso sí que es injusto. Una discriminación en toda regla.

Luego afirman que los liberales no creemos en la Igualdad, cuando somos los únicos que la defendemos.

Los peligros de la envidia by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.

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