La nación como invento moderno (I)

El kuwaití Fehaid Aldeehani se subió al podio sin su bandera. No sonaba ningún himno y, en mi ingenuidad, por un momento pensé que lo hacía por no reconocer la autoridad de su Estado-Nación de origen. Ay, como si eso se pudiese hacer.

En realidad, el buen patriota de Fehaid tenía a su país suspendido por el COI, y no le quedó otra que competir sin su trozo de trapo. Vaya por dios.

No se me malinterprete. No me voy a poner a realizar aquí un canto laudatorio a la anarquía. Tan sólo vengo a reírme un poco de todos los Fehaid del mundo y todos los que se alegran por ellos, ya sea la Majlinda Kelmendi, la gimnasta esa de Estados Unidos o vuestro patriota y tenista favorito.

Esto iba por inyecciones, y la de hoy, efectivamente va sobre la razón de ser última de la celebración de unos Juegos Olímpicosnaciones y nacionalismo, la mentira clave con la que nos engañamos cada día.

En contra de lo que se suele divulgar en los colegios, las Naciones fueron y son inventadas (por supuesto, España también). Todas y cada una de ellas fueron fruto de interesadas manipulaciones y reinterpretaciones de la Historia a fin de legitimar los Estados modernos.

No es las naciones las que crean el nacionalismo, sino más bien es al revés. Los nacionalistas inventaron la Nación.

Que cómo es posible que la gente se creyese que eran “españoles”, “franceses” o “kuwaities” es algo sobre lo que se ha escrito ríos de tinta, y que intentaré condensar, al menos en parte, en 5 o 6 artículos.

Todo empieza por el siglo XIX.

Hasta el s.XIX, todos los Estados eran (salvo contadísimas excepciones como la Roma republicana, la República de Venecia, de Florencia o Genova durante la época del Renacimiento, los cantones suizos desde 1291, las Provincias Unidas de 1648 hasta 1673, o la Inglaterra bajo Cromwell desde 1649 hasta 1660) monarquías hereditarias.

Así, hasta esos tiempos, la historia de la humanidad era la historia de familias de alta cuna repartiéndose los territorios con sus respectivos súbditos a base de guerras, alianzas o matrimonios.

En un mundo en el que los reinos e imperios eran multiétnicos, ningún soldado, rey, o campesino murió nunca por ninguna patria porque, oh, nunca existieron. Esto es importantísimo.

Sencillamente, no había ningún tipo de consciencia nacional.

Por ejemplo, en este sentido, y por mucho que cueste creerlo hoy en día, el uso de una determinada lengua por el rey no tenía en absoluto ninguna connotación política.

Durante generaciones, los “rusos” Romanovs hablaron francés en su corte porque les parecía un idioma precioso. Sólo después descubrieron que eran “auténticos rusos” y que tenía que hablar ruso.  ¡Pero es que ni en Francia se hablaba sólo Francés! Tampoco el pueblo llano hablaba con consciencia nacional. Sencillamente se hablaba lo que fuese para entenderse entre ellos.

Hasta muy avanzado el siglo XVIII nadie pensó que estos lenguajes pertenecieran a un grupo territorialmente definido.

Ironías de la historia, el todo orgulloso imperio británico nunca ha sido gobernado por un “inglés”. Los Plantagenets eran normandos, los Tudor galeses, los Estuardo escoceses, la Casa de Orange era holandesa y los actuales Hannover son de origen alemán. Y cada cual, créanme, hablaba lo que le pareciese en función de lo que le interesase. Casi ningún rey nunca, créanme otra vez, se le ocurrió imponer una lengua a sus súbditos.

Porque, como decía, los reinos era multiétnicos y multilinguiísticos a más no poder. Los títulos de la última dinastía Haugsburgo fueron los siguientes:

Emperador de Austria, Rey de Hungría, de Bohemia, de Dalmacia, Croacia, Eslovenia, Galicia, Lodomeria e Iliria; Rey de jerusalén, etc.; Archiduque de Austria [sic]; Gran Duque de Toscana y Cracovia; Duque de Loth [a] ringia, de Salzburgo, Estiria, Carintia, Carniosa y Bukovina; Gran Duque de Transilvania, Margrave de Moravia; Duque de la Alta y Baja Silesia, de Módena, Parma, Piacenza y Guastella, de Ausschwitz y Sator, de Teschen, Friaul, Ragusa y Zara; Príncípe Conde de Habsburgo y Tirol, de Kíburgo, Gorz y Gradiska. Duque de Trieste y Brizen; Margrave de la Alta y la Baja Lausitz y de Istria; Conde de Hohenembs, Feldkirch, Bregenz, Sonenberg, etc….

¿cuantas naciones “auténticas” salieron de ahí? Evidentemente lo que quiero transmitir hoy es que todo era, hasta el momento, accidentes históricos.

Es decir, que cuando se dice que los Borbones son “franceses”, es porque vinieron de un territorio que hoy en día pertenece al Estado francés, pero eso nunca quiso decir que tuvieran conciencia francesa. No existía Francia. Probablemente sean más “españoles” que franceses.

Las fronteras cambiaban cada dos por tres hasta el punto de que la idea de Estado-Nación, con fronteras bien definidas, prácticamente no se consolidó definitivamente en el mundo hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. Una cosa es que efectivamente existiesen territorios (ciudades, regiones) en poder de una determinada familia, y otra muy distinta (una burrada) es afirmar que de esas divisiones propiciadas a base de dobles accidentes geográficos y políticos (un río que separa, una montaña o una guerra) surgiesen diferencias culturales significativas para que “conciencias nacionales” “despertasen” de la nada. Históricamente imposible.

No, eso se inventó. Concretamente con las revoluciones liberales que comenzaron muy a finales del s.XVIII y que continuaron hasta el fin de la IGM, con la que todo cambió definitivamente. Una tras otra, las monarquías caían y los imperios se desintegraban.

La nueva mentalidad exigía que los estados nuevos que reclamaban su pedazo del pastel no tendrían rey, porque nunca más habría ya “súbditos“, sino “ciudadanos“. Ahora habría relativa libertad de entrada al Estado: en principio, cualquiera podría ser gobernante.

Esto, por muy cínico que pueda sonar, supuso un grave problema de legitimación para esta nueva clase política republicana que buscaba consolidarse en un determinado territorio. ¿cómo hacer que las masas, los nuevos ciudadanos libres, pagasen impuestos? Al fin y al cabo, antes se le pagaba a un Rey por mandato divino o porque no te quedaba otra (¡que para eso eras súbdito!).

Efectivamente, los nacionalismos se inventaron como religiones paganas para seguir obedeciendo a los Estados ya-no-monárquicos (democráticos). Se impusieron por la fuerza el uso de lenguas, se decretaron costumbres supuestamente tradicionales, se reinterpretó toda la historia encumbrando “héroes nacionales” y se educó a generaciones enteras en cuentos inventados.

En pocas décadas, de las novedosas escuelas públicas empezaron a salir buenos “británicos”, “españoles”, “italianos” etc, perfectamente manipulados para pagar impuestos y morir “por España”, “por Italia” (en vez de por Theresa May, por Rajoy, o por Renzi)

Nada mejor que la Nación para sustituir a la Religión en la formación de una escatología “laica”. Al fin y al cabo, ambas son “antiguas”, pues pretenden perderse en un pasado inmemorial; “continuas”, pues se proyectan en un futuro ilimitado; y ambas tienen una gran capacidad para convertir lo contingente en necesario, utilizando argumentos del tipo:  “Es accidental y temporal que sea alemán pero Alemania es necesaria y eterna”.

Frente al Antiguo Régimen de Estados monárquico-patrimoniales, las élites intelectuales de las modernas repúblicas democráticas tuvieron que sacarse de la chistera nuevas patrañas para someter a su gente. Patrañas “nacionales” que no resistirían el menor análisis histórico, pero que en su día, en un mundo analfabeto, funcionó. Y tanto que funcionó.

Viva España. 

La nación como invento moderno (I) by Manuel Fraga is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 International License.

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